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A raíz del encierro por la pandemia, surgió para nosotros un mundo paralelo, uno que jamás creímos vivir en realidad, las reuniones virtuales, las clases en línea y las compras de plataforma se volvieron cosa de todos los días, y con la gran cantidad de cambios y modificaciones a la rutina germinaron necesidades diferentes, algunas inimaginables, otras fueron al final tan lógicas, que terminamos aceptando que eran lo mejor.

Luego de dos años escuchando a diario las clases de mis hijos, que se encuentran en diferente nivel académico y algo lejos de edad. Me di cuenta de que las escuelas estaban poniendo una especial atención en las emociones de sus estudiantes. Eran cada vez más constantes los ejercicios y actividades que se encontraban enfocados en aprender a reconocer cómo se sentían y de qué manera podían enfrentar esa emoción.

Tengo que reconocer esa labor importante que las autoridades académicas implementaron, y que espero continúe, porque está claro que la salud mental y la emocional son igual de importantes que la física.

En el año 2020, cuando el Covid-19 se encontraba en apogeo, António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, dijo en uno de sus discursos: “No hay salud sin salud mental”. Esa frase retumbó con eco en todo aquel que se desempeñaba en las diversas áreas de la salud. Y no era para menos, el mundo entero se encontraba frente a una pandemia, generada por un virus desconocido, incontrolable y que estaba arrebatando millones de vidas por todos lados.

Fue ante ese panorama que Guterres decidió arrojar la bomba, esa que con una mecha corta puso en alerta a todos, señalando que el Covid-19 no era lo único que nos debía preocupar. El encierro dejó en evidencia muchas cosas, destapó de lleno algunos secretos que con sábana blanca se escondían para pasar desapercibidos por el corredor.

¿La salud mental de las personas estaba colapsando?, ¿era algo reciente, o lo podíamos notar porque estábamos aislados?, esa pregunta tal vez siga sin respuesta por mucho tiempo, lo que sí se hizo evidente fue la necesidad de invitar a las personas a conocer sus emociones, a descubrir cómo se sentían, a preguntarse por qué lo sentían, y sobre todo, a buscar hasta encontrar maneras para sentirse mejor.

En Madrid, la doctora Rosa Molina, dedicada a la psiquiatría en el Hospital Universitario Clínico de San Carlos, se dio cuenta de lo que estaba sucediendo y puso manos a la obra, plasmó sus experiencias en un ejemplar que se llama “Una mente con mucho cuerpo”, en el que señala que las mariposas en el estómago, el nudo en la garganta y el estallido en la cabeza, no son solo baratas frases, sino mensajes que nuestro cuerpo está enviando, luego de experimentar una emoción.

Esta es una de las encomiendas que nos ha dejado la pandemia, cuidar nuestras emociones, al mismo tiempo que procuramos nuestro cuerpo. Porque también se debe estar en forma mental y emocional, y eso es tarea de todos.

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