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Quienes ejercemos la docencia desde hace muchos años hemos vivido historias desgarradoras en nuestras escuelas, ocasionalmente nos enterábamos del fallecimiento de algún compañero o de un alumno, ya sea de muerte natural o de manera trágica; sin embargo, con el Covid-19, estas desgarradoras historias y el dolor producido por la muerte se harán presentes al regreso a las aulas dejando atrás las clases de matemáticas, ciencias o geografía; la nueva cita será ahora para contarnos, escucharnos y sobre todo acompañarnos por las pérdidas que habremos sufrido. Lo que hoy es una fría estadística de muertes, en las escuelas tendrá nombres y apellidos, el recuerdo de un rostro o una historia de vida. La escuela resistirá y superará el embate de la muerte en un tiempo corto, sin contar los estados de ansiedad y depresión a causa del aislamiento de su población.

Algún día tendremos que abrir nuevamente las aulas, retornar en esas condiciones será muy difícil por el temor a los futuros rebrotes. Los planteles funcionarán de manera parcial y el respeto a las medidas de distanciamiento y uso de cubrebocas obligatorio se constituirá en otro obstáculo difícil de sortear. La labor docente seguirá siendo compleja, llena de incertidumbre respecto al aprendizaje de los alumnos, ya que no todos los padres mandarán pronto a sus hijos a la escuela por el temor al contagio, todo seguirá a cuentagotas. En este nuevo contexto, la escuela tiene la obligación de hacer los mayores esfuerzos para lograr que sus estudiantes se apropien de algunos conocimientos básicos, debe priorizar y ayudar a mantener la matrícula de sus alumnos ante la emergencia a la que estamos sometidos.

En ese sentido, es esencial que la autoridad educativa prepare grupos interdisciplinarios de profesionales especializados que trabajen dentro de las escuelas para apoyar y asesorar a los directivos y docentes, que tendrán el enorme desafío de recuperar académicamente a un importante porcentaje de jóvenes que, después de largos meses, presentarán rezago educativo o bien habrán abandonado su escolaridad porque no contaron con los medios para conectarse a una escuela virtual y para la cual no estaban preparados. Por su parte, la autoridad educativa se ve impotente para brindar esos apoyos, todo corre a cuenta de los padres, el derecho a la educación lo tienen, pero los medios no, la precaria economía familiar los condena al rezago educativo ante la peor situación económica que ha padecido nuestro país. Además de las cuestiones pedagógicas, las familias han tenido una muy baja comunicación con los maestros, lo que ha impedido que se aborden otros aspectos esenciales como los psico-socio-afectivos y que en el aula están presentes cotidianamente. Esto se debe principalmente a que sigue siendo muy restringida la utilización de internet por parte de los alumnos.

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