Ofrendas virtuales y ánimas sin altar
El poder de la pluma
Nunca antes la tradicional ofrenda a los fieles difuntos en las casas se vio afectada por el temor a un virus. Las celebraciones por el Día de Muertos se vieron totalmente trastocadas por las restricciones sanitarias impuestas en muchos lugares; sin embargo, esto no impidió que algunas familias rindieran culto a la memoria de algún familiar fallecido. Aunque las autoridades de salud cerraron los cementerios en estas fechas, cuando la gente acostumbra visitar a sus difuntos, el culto se trasladó a los domicilios ignorando la cifra de muertes que ya rondan los 95 mil decesos. Este año, la conmemoración del Día de Muertos tuvo un festejo híbrido a causa de la pandemia; mientras unos estados mantuvieron cerrados los panteones, otros los mantuvieron abiertos, incluso muchos lo celebraron de manera virtual con videollamadas y conexiones en diversas plataformas para evitar así las aglomeraciones y el riesgo de contagios.
A causa de las restricciones, no todos los yucatecos mantuvieron viva la ancestral tradición considerada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por parte de la Unesco. Desanimados por no asistir a los panteones, muy pocos montaron las ofrendas tradicionales, en estos casos el simbolismo pudo más que la prohibición, en los modestos altares la ofrenda consistió en comida, bebida, dulces y fruta. El olor del incienso en el aire brindó ese solemne ambiente para la presencia de las ánimas, no tuvieron que ir al cementerio, en casa los esperaron y sintieron la fugaz presencia de sus familiares queridos. Allí permanecerán cobijados por sus familias hasta su regreso al reino de los muertos.
Muchos añoramos el Paseo de las Ánimas y la muestra de altares en el centro de la ciudad, sin embargo y sin temor a equivocarme, las muestras de altares en las escuelas representan una forma especial en que los alumnos participan directamente en el montaje de las ofrendas y la conservación de esta tradición. Como maestro tutor, tenía la responsabilidad de que el grupo a mi cargo montara su ofrenda en algún espacio de la escuela, el entusiasmo de jóvenes y niños por participar era impresionante, eran varios días de planeación y coordinación del trabajo que debía realizarse en menos de 2 horas. La jornada iniciaba a las 7 am, vestidos de mestizos y de hipil, los alumnos llegaban cargando los materiales y alimentos necesarios para la ofrenda. Poco a poco, el altar se iba llenando con los elementos tradicionales: atole, chocolate, pan dulce, agua, sal, frutas de la temporada, dulces de papaya o mazapán, tamalitos o un pequeño mucbilpollo, velas, flores, incienso, fotografías de difuntos, la cruz verde. Todo era emoción y alegría, los nervios se hacían presentes cuando los alumnos designados tenían que explicar el significado de la ofrenda ante los maestros que la calificarían. Todo esto se extraña, es parte de nuestra esencia, de nuestra cultura, por eso debemos preservarla aun con la pandemia. Ya regresarán los buenos tiempos.