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Un poco en broma y otro poco en serio, en un grupo de periodistas del WatsApp, expresé que si me ven recibiendo un premio por mi trabajo periodístico tienen permiso de apedrearme (literal o metafóricamente). Siempre he pensado que la mejor recompensa al trabajo es el trabajo mismo, con mayor razón si está bien hecho o si quien lo hizo se siente contento con su obra. En broma, esto sí, dije asimismo que si alguien me quiere dar un premio en metálico que sea de dos millones en adelante, porque, si no, no salgo de pobre.

De todo esto he estado pensando en las últimas semanas ante el inminente advenimiento de la Cuarta Transformación que, sin lugar a dudas, tocará todos los ámbitos del quehacer en el país. Por un lado, me alegra porque los periodistas no podemos quedar al margen y debemos repensar el sentido y la vocación de nuestro oficio. Sobre todo, deberíamos estar preparados para afrontar y resolver las incógnitas de una nueva forma de gobernar, cuyas primeras manifestaciones ya estamos viendo en el tema del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México que se pretende resolver mediante una consulta directa al pueblo.

Lo más fácil –y lo más inútil- es decir, como ya lo han dicho muchos periodistas y opinadores, que se trata de un garrafal desatino (hecho además de espaldas a la legalidad imperante) porque: a) al gobierno se le elige para gobernar y tomar decisiones; b) para tener una opinión enterada sobre el asunto es necesario un bagaje técnico del cual carece la inmensa mayoría, y c) es casi seguro que quienes ni siquiera conocen la Ciudad de México y sus problemas y menos se han subido en su vida a un avión digan no al proyecto porque no es una necesidad sentida para ellos.

Y es cierto todo, pero la realidad es que así se va a gobernar (al menos en los próximos seis años) y en ese ambiente nos toca hacer nuestro trabajo. Creo que ya no habrá apapachos para los periodistas y que tendremos que usar las mejores armas de nuestra profesión para seguir vigentes. No se si se vayan a molestar los colegas, pero de muchas maneras hemos sido consentidos. En adelante tendremos que prepararnos mejor, estudiar mucho, aguzar la pluma y confiar en que quienes nos lean, destinatarios últimos de nuestro quehacer, sean quienes nos paguen.

A los nuevos retos hay que hacerles frente con lo mejor de nosotros.

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