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El fin de semana fue muy movido en el ámbito político. Vinieron los aspirantes presidenciales Margarita Zavala de Calderón (del PAN) y el eterno Andrés Manuel López Obrador (de Morena) y el PRI realizó su asamblea estatal con vistas a la nacional.

Las tres formaciones políticas, de una u otra forma, recurrieron al “acarreo” (una palabra a la que le hacen fo, pero que todos aplican en la realidad). Unos le llaman facilitación del traslado, otros (los pejistas) “transporte solidario”, pero le llamen como quieran es lo mismo: llevar, de grado o por fuerza (“convencidos” con la advertencia de que si no van pueden perder su “más 70” o su Prospera o algún apoyo de las filas albiazules o la promesa de una utópica redención de todos sus males) a los ciudadanos pobres con el cuento de que, si ganan, ahora sí van a tener acceso a los bienes de la justicia y la equidad.

De todos los discursos aventados al aire por tirios y troyanos, me gustaría rescatar algo que dijo el gobernador Rolando Zapata Bello ante los priistas, en su asamblea de Xmatkuil: “Los partidos y las campañas necesitan nombres, rostros y candidatos; pero las sociedades necesitan rumbo, saber a dónde van y con qué herramientas cuentan…”. Nada que objetar, pero el problema es cuando llega el dicho a la cancha, donde se juega de verdad. Es aquí donde “la puerca tuerce el rabo”.

La señora Zavala y el eterno suspirante no dijeron nada nuevo. Una, tristemente inmersa en una lucha fratricida con el presidente de su partido, Ricardo Anaya, y otro sumido en sus locas disquisiciones contra “la mafia del poder” a la que no opone más que rencor y resentimiento y la vanidad personal, no obstante que pudiera convertirse en el líder de izquierda que tanta falta le hace al país.

Leyendo sobre los “acarreos” y las tortas y juguitos (de los que no escapa Morena, como se vio este domingo en el Parque de la Paz), recordé las campañas políticas de octubre de 1986 en Chihuahua y Sinaloa, donde –lo viví en primera fila- grandes líderes de la oposición, como Manuel Clouthier y Luis H. Alvarez, dieron lecciones de valor y vehemencia política, los cierres de Carlos Salinas de Gortari y el propio Maquío aquí en Mérida, en 1988, y la gesta que encabezaron Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo desde la disidencia progresista en el PRI. Había pasión cívica, amor político y hervía la sangre en las venas de los ciudadanos.

Todo eso ya es historia, tristemente.

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