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José Miguel de Barandiarán y Ayerbe fue un sacerdote, antropólogo, etnólogo y arqueólogo vascuence que logró una extensa obra sobre la tradición oral de la cultura vasca en España. En su incansable labor de recopilación y análisis, encontró un relato publicado por un historiador llamado Jesús Etayo acerca de la Virgen del Puy de la comunidad de Estella. Según la lengua local puy significa colina o montículo.

En el año de 1085 reinaba en Navarra don Sancho Ramírez, también rey de Aragón, a quien los navarros habían proclamado su monarca a raíz de la muerte de don Sancho García, víctima de la infame traición de sus hermanos. Los invasores sarracenos poco a poco habían sido arrojados del territorio vasco, norte de lo que hoy es España, gracias al valor guerrero de los cristianos navarros. Las ciudades de Argendas, Murillo de las Limas, Cadreita y Valtierra recién habían sido recuperadas del poder árabe islámico.

Según la fuente, Estella era entonces una localidad de importancia casi exclusivamente militar, situada en la hermosa tierra de Deyo, histórica comarca navarra. Muy cerca de allí estaba el gran monasterio de Irache, uno de los más antiguos e ilustres de los reinos pirenaicos, y era entonces su abad el insigne San Veremundo.

Sucedió en Estella que unos sencillos pastores, que apacentaban sus ganados en una pequeña montaña cubierta de matorrales, observaron una noche que sobre cierto lugar caían estrellas como desprendidas del cielo, que luego se esfumaban y desaparecían. Quedaron maravillados ante tal fenómeno y no acertaban a comprenderlo. La noche siguiente miraron hacia el mismo lugar y vieron de nuevo el prodigio.

Y así pasaron varios días hasta que la noche del 25 de mayo de 1085, según cuenta la tradición, los pastores se acercaron al sitio donde las estrellas se deshacían. Era una cueva, cuya entrada estaba parcialmente obstruida por arbustos. Penetraron en ella y encontraron la imagen de la Santísima Virgen con el niño Jesús en sus manos.

Los pastores corrieron a comunicar el inu-sitado hallazgo a los clérigos de Abárzuza y de Pamplona. Mucha gente de los lugares próximos acudió al sitio señalado por aquellos hombres y comprobó la veracidad del milagroso descubrimiento. El señor Etayo añadió que este episodio fue transmitido a las generaciones siguientes en los hogares cristianos de la comarca de Estella y de todo Navarra, pero la primera fuente escrita fue encontrada hasta en el siglo XVIII.

El mismo Jesús Etayo, en un escrito acerca de San Veremundo, dice que la colina donde tuvo lugar el hallazgo es conocida con el nombre de Irizarra, que se interpreta como “estrellada”, debido a los cuerpos celestes que se vieron en aquel sitio. Sin embargo, el mismo autor dice que esta voz puede también significar “pueblo viejo”.

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