Mari, la diosa vasca de la fertilidad
El poder de la pluma
Emeterio Zorazu Ugartemendia afirma que los mitos relacionados con la fertilidad de la tierra se iniciaron en el periodo Neolítico de la prehistoria humana. En el País Vasco hay un relato muy interesante que ejemplifica esta clase de mitos.
Mari, personaje femenino de la mitología vasca, es quien envía las tormentas y derrama la lluvia para fertilizar la tierra o castigar a los pueblos con la sequía. Es una divinidad telúrica, presente en los pueblos mediterráneos más antiguos y se le ha conocido por nombres muy expresivos como Mah, Ama, Eme, Uma, Nanaia, Innini y otros. Está relacionada también con la antigua deidad Maya romana, madre de los dioses y de los hombres. Ella dio su nombre al mes de mayo principal del año, cuando brota la vegetación.
En la mitología vasca predominan los genios de sexo femenino; Mari, quien es una diosa mujer, está incluida en el paisaje, en la vida y en las tareas cotidianas de una sociedad agraria. Por este motivo resulta ser un mito con muchas y variadas versiones locales. Mari es una dama elegante, señora de las profundidades de la tierra y su imagen está plasmada en lienzos de diversa índole. Premia o castiga a los hombres según su conducta. Además, ella es viajera, rica y dominadora. Se le otorgan muchos atributos y funciones porque es la principal entre los demás seres mitológicos vascos.
Zorazu pone en duda que el nombre de esa deidad deba su origen al apelativo cristiano de María porque éste es muy posterior. Por otra parte, aclara cómo y por qué Mari vive en las cuevas, simas y montañas. Para el caso, cita una versión obtenida por el experto José Miguel de Barandiarán. El relato dice que, en tiempos inmemorables, vivía en Cegama, hoy Guipúzcoa, un matrimonio con una hija, quien cuidaba las vacas de la familia en el monte. En cierta ocasión, fue sorprendida por una tormenta y perdió de vista a su ganado. Apesadumbrada, volvió a su casa sin sus animales. Entonces su madre la maldijo diciendo: “Ojalá te lleven mil demonios”.
Al instante, la joven desapareció de su hogar y nadie supo de ella. Pocos días después un pastor se dio cuenta de que había perdido a un carnero en su rebaño. De inmediato se puso a buscarlo y recorrió la sierra hasta que lo encontró. Se hallaba en la entrada de la cueva de Aketegi y la joven maldecida estaba montada sobre el animal. Se acercó a ambos, pero cuanto más se aproximaba a ella, tanto más iba el carnero hacia adentro. El pastor invitó a la joven a que volviese a su casa. Ella le contestó que no lo haría hasta que su madre fuese a buscarla en la cueva. Quizá la madre nunca fue y ella se quedó en el bosque.