Educación y desarrollo
El poder de la pluma
Se mencionan reiteradamente argumentos que hacen referencia al campo de la educación como la herramienta para cambiar el mundo, pero en realidad el mundo está transformándose y no logramos encontrar el eslabón roto que logre cumplir esa máxima, entonces, cómo interpretaríamos el papel del individuo que se inserta en el ámbito social al concluir su formación escolar.
Según datos estadísticos del ciclo escolar 2003- 2004, la transición en México de 100 estudiantes que ingresaron al nivel primaria solo 27 en el periodo 2019-2020 lograron egresar en estudios superiores dentro del Sistema Educativo Escolarizado, además, el grado promedio de escolaridad a nivel nacional es de 9.7, equivalente al tercer grado de secundaria concluida (Inegi, 2020), remarcando que este indicador no es homogéneo a todas las entidades federativas, lo que nos refleja las ya latentes desigualdades en el acceso y permanencia a la educación; por lo tanto, es preciso reflexionar si es adecuado relacionar el tipo de sociedad con el “capital humano” instruido en el marco de los cuestionados modelos educativos, sabiendo que las dinámicas sociales y las mismas interacciones forman como también reproducen un sistema de valores y conocimientos determinados.
Cómo comprender este vínculo permanente sino desde la función de la educación, en la cual podemos encontrar postulaciones divergentes a través del tiempo y de las sociedades, pero este recurso singular es muy arriesgado si lo analizamos desde la expresión Aristotélica que dice “Todo lo que se mueve es movido por otro”, haciendo referencia a un control invisible que nos determina, sin embargo, aun teniendo conocimiento de los fines educativos pareciera que no hemos logrado encontrar un mejor camino para todos los problemas que prevalecen y que se intensifican.
Este nexo es cuestionado permanentemente, a tal punto de que se hace necesario reajustar y modificar a través de propuestas educativas que respondan al mejoramiento de las condiciones económicas, sociales y culturales con la bandera del desarrollo y de la calidad, medidas que indudablemente deben ser objeto de análisis si resulta ser el único método propuesto para auxiliar aquello que es condicionado por el mismo sistema que instituye las directrices para las necesidades educativas, por lo tanto, no podemos disociar la transición de la formación escolar hacía la vida social donde activamente los individuos se transfieren como agentes de cambio, pero tampoco definir a la instrucción escolar como el final de un proceso formativo sin valorar las consecuencias que pudieran surgir de la socialización, las cuales transforman o mantienen el status quo. La intrincada relación puede permitirnos desentrañar la dialéctica de los resultados de esta integración, no como dos aspectos aislados sino inevitablemente vinculados.
El campo educativo y la realidad social ameritan ser objeto de estudio para profundizar sobre la correlación que ambas comparten en la dinámica de las relaciones sociales, mismas que llegan a ser multidimensionales, de modo que si nuestro principio es abogar a favor de la educación como única posibilidad para el desarrollo de una sociedad, tendríamos que cuestionarnos cómo incide en el contexto social todo lo aprendido en la trayectoria escolar y qué efectos persistirían de no recibirla.