Mirar la escuela
Cesia Rodríguez Medina: Mirar la escuela
La escuela ha significado para los individuos el lugar principal de preparación y conformación de los elementos humanos indispensables para la inserción en el espacio social, es decir, a la vida profesional y laboral. Su función es fundamental para garantizar que a través de ella se establezcan las disposiciones necesarias para la vida en sociedad, procurando que se instruya en sus aulas sobre las normas, valores y conocimientos primordiales, su papel es tan determinante e importante como lo es la familia. Por eso no es ironía cuando nombramos a la escuela como el segundo hogar, puesto que se ha convertido en un espacio donde se procura asegurar el bienestar y el respeto a la dignidad humana de los individuos. Conformada por diferentes agentes comprometidos en emprender la tarea de forjar y contribuir al desarrollo de las capacidades y conocimientos para la vida de las niñas, niños y adolescentes, esta se responsabiliza de la formación de las y los futuros ciudadanos, por esta razón su función es vital para las sociedades.
Sin embargo, la escuela como institución social, genera interrogantes que confrontan esta labor, desde una perspectiva diferente, distintos teóricos manifiestan que ésta representa el instrumento por el cual se estabiliza y mantiene un orden preestablecido que define el modelo útil y eficiente para la vida en comunidad de acuerdo a las necesidades del sistema políticoeconómico-social en turno, procurando que las interacciones dentro de ella sean el antecedente de lo que se espera que representen las personas al incorporarse a la dinámica profesional, unificando un perfil moldeable que sea conveniente, el cual muchas veces es adoptado por los sujetos inconscientemente por medio de prácticas y contenidos prefijados, de ahí que se cuestione su función.
Sintetizándose pueden destacarse dos particularidades muy visibles de la escuela, por un lado es considerada como un aparato liberador, incluyente, democrático y justo y por otro como medio reproductor de la estructura sistémica de las diferencias y excluyente. Por consiguiente podemos deducir que la escuela no es transformadora en sí misma, sino receptora de todo cuanto tenga que ser readaptado para estar a la vanguardia de la evolución, los cambios no surgen en el núcleo del colegio, sino de aparatos externos que condicionan lo que se espera de ella, a su vez, pretende romper los esquemas tradicionales procurando ser un espacio formativo con proyección social hacia el desarrollo humano que permita una sociedad más justa, ya que ésta termina por ser el reflejo de lo que somos o seremos.
Por esa razón, se hace urgente instituir a la escuela como un medio de construcción reflexiva sobre la realidad, valorándola como el centro de las transformaciones sociales con el fin de crear comunidades armónicas y justas que eliminen estas contradicciones que se revelan en sus resultados.