Vivir sin miedo
Cesia Rodríguez Medina: Vivir sin miedo
De acuerdo a los datos de la Organización Mundial de la Salud (2013), a escala mundial el 35% de las mujeres ha experimentado alguna vez violencia física o sexual. En estos casos, menos del 40% que experimentan violencia buscan algún tipo de ayuda, sin embargo, entre las que recurren por apoyo generalmente lo hacen a través de familiares o amistades (Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas, 2015), pocas son las mujeres que se dirigen a solicitar auxilio a la policía o alguna institución de salud. Por otro lado, cada día, 137 mujeres son asesinadas por miembros de su propia familia (Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, 2019).
Como podemos observar los datos en los que se refleja la violencia hacia la mujer son desoladores, ya que a pesar de las diferentes medidas impuestas para prevenir, castigar y sancionar a los agresores, estas cifras han ido en aumento, demostrando no sólo la insuficiencia de las instituciones para atender estos casos, sino exponiendo el rasgo principal de este fenómeno: el patriarcado, que se expande normalizando cualquier acto violento en sus diferentes manifestaciones; psicológicas, físicas, económicas, patrimonial y sexual.
La identificación de estas conductas ha ido permitiendo a las mujeres ser conscientes tanto de su condición de víctimas como de los efectos y el daño que ocasiona silenciar estas agresiones, por esta razón, diferentes acciones han estado emergiendo con el fin de eliminar las causas y las conductas culturales que las reproducen.
Por otra parte, erradicar la violencia de género involucra la participación entera de la sociedad, a través del reconocimiento de las causas como del planteamiento de soluciones, empero, y aunque aún no exista un solo método para reducirla, considero que una herramienta idónea para crear espacios de reflexión y concientización es la educación, esto implicaría reorientar los planes y programas de estudio para integrar estrategias en el contexto educativo hacia el fomento a la igualdad, el respeto a la diversidad, propiciar espacios de convivencia que ayuden a superar conductas o prejuicios racistas-discriminatorios, también es importante que las y los docentes puedan incorporar en su quehacer escolar contenidos y materiales didácticos con perspectiva de género, así como replantear la enseñanza del civismo hacía aspectos más profundos y prácticos.
Las instituciones educativas en sus diferentes modalidades y niveles deberán fortalecer sus mecanismos de detección y protocolos de prevención de la violencia hacía la mujer, ya que aún son escasos y generalmente aislados de las instituciones. La lucha por eliminar estas características de la violencia es ardua, pero la colaboración entre las diferentes instancias podría ir eliminando gradualmente estos patrones de repetición social, de forma que podamos ofrecerles a las futuras generaciones un lugar mejor donde vivir.