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Qué difícil puede ser la relación entre hermanos. Nosotros éramos cinco, mi mamá siempre se ponía muy triste al recalcar: tuve once hijos, pero solo sobrevivieron cinco: cuatro mujeres y un varón.

Mi infancia, llena de mujeres y sus tiempos, esos tan precisos en nosotras, como la adolescencia, el período o la ausencia de éste que marcaron el embarazo prematuro de alguna de mis hermanas siempre hicieron la convivencia difícil.

Aprendimos a sobrevivir, a pesar de la ausencia materna por el trabajo, al alcoholismo y la violencia de mi padre.
Mis hermanas mayores trabajaron desde adolescentes para ayudar en casa. Así se hacía antes y no había nada raro en ello: había que ayudar a la familia. Ingresar dinero a casa brindaba cierta autoridad a mis hermanas, y ahí venían los problemas.

Ellas empezaban a ser adultas y yo una adolescente. Siempre tuve diferencias con mi hermana mayor, parecía que disfrutaba molestándome, poniéndome apodos o inventándome un futuro nada prometedor.

El tiempo hizo lo suyo, mi hermana se fue de casa a los dieciocho años y yo me dediqué al teatro. Nos veíamos poco, las distancias y las diferencias nunca se salvaron del todo.

Incluso llegamos a distanciarnos fuertemente hace unos años. La enfermedad de nuestra madre nos unió de nuevo, hablamos y tratamos de conciliar lo que pudimos en medio de los recuerdos de una infancia pantanosa y una vida complicada. Mi mamá se salvó, pero mi hermana no. Falleció el año pasado luego de una complicada dolencia.

Yo estaba lejos y la última vez que hablé con ella discutimos, me colgó el teléfono y yo entre los pendientes del trabajo no volví a ocuparme en arreglar ese distanciamiento.

Un mes después me avisaron que estaba en coma, y el siguiente mes, que había muerto. Si bien su muerte fue lo mejor para su cuerpo cansado -no creo en atar la vida a tubos o doctores que solo prolongan la agonía- la noticia no dejó de ser dolorosa, acaso aún más por el distanciamiento que vivíamos antes de su muerte.

Vinieron de nuevo muchos recuerdos a mi mente; si tan sólo hubiéramos podido salvar aquellas rivalidades de hermanas, si nos hubiéramos comprendido más y nos hubiéramos peleado menos. Pero eso es imposible, como el deseo de saber cuándo veremos a alguien por última vez.

Por eso creo que es tan importante saber despedirse, tirar a la basura todo lo que no sirve en la vida porque quizá se vuelva muy importante en algún momento previo a la muerte. Me hubiera gustado tanto despedirme en paz de mi hermana. No me queda más que seguir creyendo que uno vuelve a encontrarse en otra vida, y quizá en esa seamos menos tontas y orgullosas.

No sé si exista el cielo, o si ya estás de vuelta en este mundo, pero abrazo tu recuerdo, tu sonrisa mucho más amplia que la mía y quiero que sepas que en mi memoria estarás viva siempre hermana, bajo tu nombre guardo el deseo de reencontrarnos hermana, bajo tu nombre: Esperanza.

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