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El domingo pasado bajó el telón de “La tía Mariela” en la CDMX. Durante cinco semanas tuvimos una temporada en la que compartimos historias de mujeres, de esas mujeres que viven situaciones tan particulares que se van volviendo míticas. Tristemente la particularidad que las marca está relacionada con la violencia de género. Las historias que contamos en “La tía Mariela”, me las contaron en mi familia o por amigas cercanas. El montaje estuvo dirigido por Francisco Franco, reconocido director de teatro, cine y televisión. Solo bajo su visión la obra pudo conseguir los apoyos necesarios para producirse en gran formato y con música en vivo. La escenografía fue diseñada por Adrián Martínez Frausto, y como buena yucateca fui prejuiciosa porque fuera diseñada por un “huach”, pero la verdad es que Adrián conoce Yucatán muy bien, su evocación de Izamal, de una casa antigua de techos altos y ceiba en el patio, es mágica.

En nuestra última función tuvimos una madrina de lujo: Silvia Pinal. La última estrella del cine mexicano, esa mujer que vi en las películas de Pedro Infante, o de Luis Buñuel, esa mujer que muchos vimos en su programa de televisión en el que el tópico eran las mujeres. Doña Silvia es una mujer sencilla y amorosa. Al término de la función subió zapateando al escenario, justo como terminamos nosotras al bailar “La fiesta del pueblo”. Entre risas y aplausos nos expresó su sentir: “¡Ay Yucatán!, qué recuerdos tan hermosos, me encantó todo lo que oí y estoy muy agradecida por la invitación. Qué tarde más deliciosa, qué hermoso trabajo, sus trajes son unos recuerdos hermosos, sigan teniendo éxito”.

Agradezco tanto a quienes hicieron posible que podamos compartir nuestro trabajo con doña Silvia y con todas las personas que nos acompañaron en la temporada. Amo poder compartir en otras latitudes la particularidad de nuestro teatro: su raíz y nuestro humor. Me encanta que la gente salga compartiendo risas y diciendo que después de ver la obra estuvieron hablando como yucatecos toda la semana. Lo único que no me hace tan feliz es no poder compartir mi obra en Mérida, con mi gente y en un teatro yucateco.

Es curioso que la obra esté producida por el Festival Cervantino, el Instituto Cultural de Aguascalientes, tenga una exitosa temporada en la Ciudad de México y en Mérida siga brillando por su ausencia. Llama mi atención también que grandes personalidades del cine y del teatro mexicanos nos acompañaron en nuestras funciones y absolutamente ninguna autoridad cultural del estado nos acompañó a pesar de haber sido invitados. A veces me preguntan por qué se omite tanto mi trabajo en Yucatán, a veces me agrada pensar que quizá no he trabajado lo suficiente como para merecer temporadas en Mérida, por lo que las omisiones me impulsan a trabajar y esforzarme más. Gracias Alejandra Ley y Montserrat Marañón por ser parte de mi familia teatral, aquí seguimos y seguiremos porque el teatro nos llena de vida y nosotros ponemos la propia en seguir haciendo teatro.

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