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Gran escándalo se ha armado en estos últimos meses con el destape de distintas sectas en las que los integrantes sufrían abuso. Una de esas sectas marcaba la piel de las mujeres con las iniciales de su “líder”, como se marca la piel de las vacas. La lista de abusos es interminable. Apenas ahora se destapa otro escándalo que acusa a una secta religiosa de abuso sexual y pornografía infantil. Me pregunto qué tenemos que hacer para que estas generaciones no caigan en manos de charlatanes sin escrúpulos que solo abusarán económica, física y sexualmente de ellos. Es común manifestar aprecio especial por quienes son importantes en nuestra vida, pero, ¿en qué punto el aprecio se convierte en idolatría?

Lo terrible es que eso sucede en muchos ámbitos; en el artístico también. Los amados gurús de la música, la literatura y el teatro nos arroban con su talento y su capacidad seductora. Muchos de ellos son señalados hoy gracias al movimiento “me too”. He visto algunas compañías de teatro que funcionan con esas bases: “El director es el todopoderoso”, los integrantes de las compañías deben estar al pendiente no solo de los sucesos artísticos que mueven al grupo, sino también de los tiempos ilimitados que convoca el director, que no necesariamente son tiempos para crear, sino más bien para hacer cosas personales del “jefe”, como ir por su ropa a la lavandería o pintarle el cabello. Aclaro que uno puede hacer esas cosas por el otro como un gesto de cariño, pero cuando ya se vuelve parte de un sistema para acceder al teatro me parece deleznable.

Ya de por sí me ha tocado ver gente que trata a sus artistas como empleados, ver tratarlos como sus sirvientes y además mal pagándoles me parece terrible. Las veces que he presenciado esas formas de convivencia en alguna compañía, sé que ese es el lugar donde no quiero estar: donde el todopoderoso manda, grita, insulta, agrede, ridiculiza, no paga, exhibe e incluso golpea a sus integrantes. Por fortuna vivimos tiempos en los que podemos denunciar y alertar a los jóvenes artistas que se acercan con toda su admiración a las compañías y acaban poniendo su vida al servicio de un líder egoísta y violento.

Cuando era niña, vi construir un pequeño templo que sus creyentes abarrotaban los fines de semana. Eran personas humildes que dejaban ahí sus limosnas, las mujeres con faldas largas y oscuras. Mi mamá nos decía que, en esa secta, las mujeres tenían relaciones sexuales con el líder. Hoy, aquel templo, que en sus inicios fue construido con láminas de cartón, es un opulento edificio, tan opulento que es de mal gusto en su cargada arquitectura. Siempre que veo ese templo y veo pasar a las humildes personas que dejaron ahí sus limosnas, me pregunto ¿para qué sirve la opulencia cuando hay gente que muere de hambre? Me pregunto si necesitamos pagar la fe. Ese templo con nombre que ilumina hoy se verá involucrado en el mismo escándalo del que se acusa a su líder.

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