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Va por su quinta emisión el festival de unipersonales que convoca Área 51 Foro Teatral, en Xalapa, Veracruz. Tuve la oportunidad de presentarme en este festival anteriormente, y me consta el esfuerzo y compromiso de las organizadoras, Karina Eguía, Karina Meneses, Alejandra Serrano y Ana Lucía Ramírez. Estas mujeres han levantado y sostenido una variada programación en su foro. A la par, han extendido lazos nacionales e internacionales que se solidarizan con su proyecto. Yo estoy aquí impartiendo un taller de dramaturgia, por eso fui testigo anteayer de que con un foro lleno se presentó el espectáculo “Bala’na”, proveniente de Oaxaca. Dirigido por Ricardo Ruiz y con la actuación de Alex Orozco, quien interpreta a “Yoselín”, una adolescente que se queda en la calle al ser descubierta en juegos furtivos con su patrón, desempleada y sola en la ciudad, no tiene más remedio que vagar por las calles y caer en un lugar donde es bien recibida, una cuadra donde se ejerce la prostitución. Poco a poco, Yoselín se involucra en ese mundo, aprende de la matrona y, como toda mujer, se enamora perdidamente de un hombre que desconoce su oficio.

Hasta aquí parece una historia algo común, solo que la primera imagen en el escenario es la de un hombre desnudo rodeado de pelucas y vestidos de la región oaxaqueña. Yoselín, igual que la matrona, que todas las chicas que se prostituyen en la cuadra, son transgénero. El actor transita las edades del personaje con muy pocos elementos: agua, cervezas, tacones, una peluca, una falda. El carisma de Alex Orozco y su necesidad de cercanía con el público se imponen. Es visible en la respuesta del respetable, en cómo se involucran y juegan con él, o quizá deba decir con ella. La puesta en escena nos habla de la homofobia y la transfobia. Muchas veces he oído historias de transgéneros que se dedican a la prostitución y sufren el rechazo de su familia, rechazo que desaparece mágicamente cuando reciben apoyo económico de los hijos rechazados por ser homosexuales, transexuales o transgéneros.

Yoselín no es la excepción, confía en el cariño de su familia, les pide que estén pendientes de ella, que le llamen y la busquen si llegara a desaparecer. Y es que los peligros de ejercer la prostitución son evidentes. Los elementos de la escena comienzan a mancharlo todo, el agua se convierte en sangre; sangre que corre y se desperdicia, que deja rastro seguro para que la muerte encuentre a la protagonista. El final de Yoselín parece ser el destino común de muchos transexuales, se dediquen a la prostitución o no. Los crímenes de odio en la comunidad LGBT nos horrorizan y nos dejan llenos de preguntas. La denuncia escénica de Alex y Ricardo puede parecer un lugar común, pero, tristemente, así son las cosas en nuestro país, en muchos estados en los que la homofobia muestra su rostro más cruel y violento. Nadie llama, nadie pregunta por Yoselín, al final reinan la sangre y el silencio.

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