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Este año tan lleno de incertidumbre y dolor no deja de golpearnos con las terribles pérdidas que nos causa. Es tan doloroso saber la partida de los amigos, de los colegas, de la gente que admiramos y que hace historia en el teatro yucateco. A principios de semana me enteré de la muerte del extraordinario actor Santos Gabriel Pisté Canché. Santos, “Santín”, es toda una institución teatral, no sólo como actor, también como maestro, director, dramaturgo y locutor. Tuve la fortuna de verlo en muchas obras de teatro, su rango actoral era bastante amplio: transitaba entre la comedia y el drama como un pez en el agua. No recuerdo si era una obra de Enrique Cascante (con quien solía trabajar), lo que recuerdo es que fue en un teatro José Peón Contreras completamente lleno. Santos interpretaba una especie de secretario y todo se iba descomponiendo hasta dejarlo solo: ¡Estoy solo con todo!, repetía presa de la angustia, su rostro compungido al saberse solo y perdido se llenaba de poder al saber que iba a quedarse solo con todo. ¡Estoy solo con todo! La misma frase, dicha muchas veces en distintos estados de ánimo, un actor bajito, solo en el escenario, dando una tremenda lección de su histrionismo al llenarlo todo con su energía y su talento.

Sé que dejó huella en generaciones que siguieron su programa de radio. Sus alumnos expresaron su dolor ante la pérdida no sólo del maestro; del ejemplo, del amigo. Pasaba su tiempo entre Mérida y Chetumal, impartiendo talleres y trabajando con diversos grupos, sin duda, un importante formador de actores. Formó parte del Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena en sus montajes más emblemáticos y más reconocidos por el mundo. Tuve la fortuna de protagonizar con él “Ánima sola”, un cortometraje dirigido por Mario Galván. Cortometraje que a ambos nos requirió gran esfuerzo por las tantas horas de grabación. Pero a pesar de sus dolencias, Santos no se rendía, su madera de actor no se lo permitía. También tuve el gusto de dirigirlo en “Tolok Paradise”, una puesta donde interpretaba al comisario de un pueblo.

Siempre era una delicia llegar a los ensayos y escuchar una de las tantas anécdotas que este juglar del teatro compartía con nosotros. Un hombre libre, franco, que si se equivocaba (algo que solía pasar) se reía de sí mismo y lo compartía sin pudor. Un artista sin miedo a las palabras, sin censura, con la libertad de decir siempre lo que pensaba, leal como pocos con sus amigos, una fiera ante las injusticias y un enamorado de la vida y el teatro. Un ser humano con un sentido del humor maravilloso, siempre sencillo, con esa sencillez de los grandes, que no piden ni esperan nada; saben la maravilla con la que fueron puestos en el mundo. Sin duda el teatro yucateco pierde a un gran exponente. Descansa en paz “Santín”, con la paz de saber que la huella de tu paso por el teatro es inolvidable, contigo no se baja el telón, seguirá arriba, por la eternidad.

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