|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Algunas veces mi trabajo me ha llevado a compartir espacios con mujeres que han sufrido violencia extrema; escuchar los episodios de violencia, la sumisión o abandono con el que algunas de ellas aceptan vivir me deja perpleja.

“No podíamos tener relaciones sexuales, empezábamos a discutir, me golpeaba, me tiraba al suelo y me daba de patadas. Solo cuando me veía en el suelo, golpeada, sangrando, a punto del desmayo, era cuando se excitaba”. Tristemente, el testimonio de esa mujer se repite en otras mujeres que relatan episodios parecidos.

Como hija de una mujer que sufrió violencia, me queda claro que ésta deja una huella indeleble no solo en quien la vive, sino también en quieres somos testigos impotentes, por el miedo, la edad, la angustia y todos los sentimientos que se agolpan en nuestro interior.

Yo he tenido la enorme fortuna de exorcizar muchos de esos recuerdos con el teatro y con lo que escribo. Intento hacerlo con las historias que me encuentro, convertirlas en piel de la escena, o como dijo Meryl Streep: “Toma tu corazón roto y conviértelo en una obra de arte”.

No estoy segura de que podamos lograr semejante hazaña, lo que sí creo es que hombres y mujeres debemos empezar a compartir nuestras historias. Alguna de mis alumnas me dijo: “Nos preguntan por qué esperamos tanto para hablar. ¿Por qué dejé pasar treinta años para decir que alguien de mi familia había abusado sexualmente de mí? Si quieren saberlo, se los digo: porque necesité treinta años para salir del miedo, necesité treinta años para decirlo sin caer en depresión por muchos días, para no tener crisis de llanto, aun cuando, ahora que lo cuento, vuelvo a llorar como antes”.

Es demoledor saber que el abuso muchas veces viene de un familiar. Otra de mis alumnas me relató que su abusador era su tío y que no dijo nada porque su papá le dijo que si alguien le hacía algo, él lo mataría: “Pensé, si le digo a mi papá, lo mata, mi papá se va a la cárcel y nosotras nos quedaríamos solas. Por eso preferí callar”.

Las manos temblorosas, el miedo y las lágrimas asomando en la piel de los recuerdos siempre me confirman que por mucho que parezca haberse superado el abuso, aún sigue ahí. Por eso me gusta el movimiento que acuna la frase “Te creo hermana, te creo”.

Yo les creo hermanas, el silencio no es opción, gritemos, cantemos, bailemos nuestras historias para ahuyentar el miedo y sepultar el dolor.

Lo más leído

skeleton





skeleton