Resiliencia
La fragilidad es definida como debilidad, facilidad que tiene una cosa para romperse, fracturarse o deteriorarse.
Las ciudades están adquiriendo un poderío e importancia social y política jamás vistos. En el siglo XVII, solamente un 1% de la población mundial habitaba en ciudades, hoy lo hace un 54%, y se calcula que para 2050 el 70% viva en una ciudad. En contraparte, las ciudades ocupan solamente el 3% de la superficie mundial, y sin embargo ahí se registra el 75% del consumo energético y el 80% de las emisiones de gases causantes del efecto invernadero y el cambio climático.
Este fenómeno ha dado origen a las “mega ciudades”, enormes zonas metropolitanas que ya se comparan en fortaleza económica y social con naciones enteras. Con esto aparecen los “mega riesgos” que los gobiernos municipales, planificadores urbanos y ciudadanos tenemos que afrontar como uno de los desafíos más importantes y del cual no tenemos otra opción que salir airosos o perecer.
La fragilidad es definida como debilidad, facilidad que tiene una cosa para romperse, fracturarse o deteriorarse. En de planeación urbana, la fragilidad ocurre cuando el contrato social deja de funcionar, y entonces atestiguamos la convergencia de numerosos y variados riesgos, algunos de tipo socioeconómico: desigualdad en ingresos, pobreza, desempleo juvenil o violencia; otros más físicos: exposición a eventos geo meteorológicos, sequías, ciclones, terremotos e inundaciones.
El antídoto contra la fragilidad es diseñar y gestionar ciudades con alta capacidad de resiliencia, definida como la habilidad para recuperarse o reponerse posteriormente a la ocurrencia de un fenómeno dañino o catastrófico. Pero, ¿cómo se logra esto? En primer lugar hay que tener un plan y una estrategia para implementarlo exitosamente con una visión extensa y de largo plazo, en donde la gobernanza es un elemento clave para que se haga con continuidad, autonomía y discrecionalidad. Es imperativo trabajar el tema medioambiental con programas efectivos de generación de energía con fuentes renovables, reducción de emisiones, cuidado de la biodiversidad, contar con espacios públicos de calidad y mejorar la movilidad.
Una inversión inteligente es aquella que se realiza en soluciones integradas y múltiples, las ciudades más exitosas son las que implementan acciones que acaban no con uno sino con múltiples problemas simultáneamente. Debe aprenderse a construir densamente pero sosteniblemente, la muerte de las ciudades es la expansión desbordada.
No hay tiempo que perder, cuando otra ciudad ha tenido una experiencia exitosa, hay que pedirle que comparta esa idea, y así cobra importancia trabajar en coaliciones globales que afortunadamente cada vez son más.
Las ciudades y sus líderes tienen que asumir sin demora su alta responsabilidad como los nuevos visionarios del siglo XXI.