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No siempre resulta fácil superar el instante que me separa de la hoja en blanco y las líneas que usted lee, quizás sea la primera vez que lo escribo y confieso, y no es que crea dominar el oficio de comunicar ni nada parecido, es en realidad que a veces resulta difícil y contradictorio elegir el tema prioritario a través del cual ahora interactuamos. Es complejo para mí en un mundo tan lleno de necesidades y problemas querer expresar únicamente emociones o reflexiones que pudieran ser consideradas banales, sé que todo tiene un porqué, y que suele estar acompañado del contexto en que nos encontramos, ya que aunque la afectación psíquica de lo externo pase desapercibida por un tiempo, al final revelará su influencia sobre nuestras acciones, sentimientos y pensamientos. 

Es en ese sentido en el que cuestiono diversos aspectos de la vida cotidiana, me pregunto la relevancia del quehacer intelectual en un contexto que pudiera parecer absolutamente desalentador, cuando estamos rodeados en el mundo de millones de fallecidos por los efectos del Covid-19 y agredidos intempestivamente por el constante resultado de las políticas y disputas por intereses económicos, que nada en lo absoluto tienen en común con las necesidades básicas de la gran mayoría de los seres humanos, y entonces ¿de qué sirve emborronar cuartillas si el hambre y la ansiedad recorren transversalmente los países y sus calles?, quizás por incapacidad u otra razón, no alcanzo a encontrar otra respuesta que la consabida conducción de la realidad a la consciencia y viceversa, como el proceso dialéctico que faculta el despertar del ser, gracias al cual, transitamos de una existencia insustancial a una fundamentada en lo concreto y con clara proyección en el devenir que soñemos. 

Creo que la palabra escrita y la reflexión tienen una función vital para el ser humano, más aún en los contextos de angustia por los que atravesamos, algunos de ellos incrementados por la pandemia, pero muchos otros que en realidad ya estaban presentes y reclaman atención, existen muchas perspectivas y propuestas sobre la función de la escritura, una de ellas es su utilización como una herramienta terapéutica, y sé que para muchos escritores o intelectuales estas propuestas resultan inadecuadas, pues su mirada parte desde una posición de erudición que no comparto y que me parece tampoco tiene la capacidad de reconocer otras realidades y posibilidades, y expongo este posicionamiento mientras caigo en cuenta de que hace apenas unos días, recibí la llamada de una amistad que ante su angustia, buscaba un poco de consuelo en la escucha de otro ser humano. 

Recuerdo haberle recomendado ante su relato y otros factores escribir sus emociones como una forma de desahogarlos, reconocerlos y en la medida de lo posible, controlarlos para evitar un desbocamiento, para ya en un segundo plano, poder ir analizando cada una de las cosas escritas para ir buscando ayuda y soluciones. No soy experto en terapia ni en psicología, pero como todos los seres humanos sé un poco del dolor, el miedo, la alegría, la ansiedad y tantas otras sensaciones que nos pueden dominar y nublar la perspectiva de vida, y también sé por experiencia propia, que escribir es un aliciente emocional e intelectual que mucho puede aportar a quienes, ante lo complejo del mundo, buscamos un poco, tan solo un poco de paz. 

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