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La perpetua enseñanza que la vida nos ofrece me ha puesto de nueva cuenta frente al espejo, obligándome a replantearme algunas de las características de mi ser, como un golpe sumario se me reveló mediante episodios esporádicos, la importancia que tiene el nunca olvidar que la humildad es la mejor carta de presentación y, que todos y todas, por más que lo neguemos, en ocasiones herimos a quienes queremos por no advertir esos instantes en que permitimos que la soberbia y la sinrazón se apodere de nuestras palabras y actos. Ante esos momentos en que nos cegamos voluntaria o involuntariamente, no podemos más que reconocer los errores, para que en la medida de lo posible resarcir el daño y, sobre todo, para procurar no tropezar con la misma piedra en futuras ocasiones.

En estos últimos días recibí de manera consecutiva ese valioso recordatorio, pues tras los errores viene el arrepentimiento y el ejercicio de reflexión-autocrítica que debe conducirnos a convertir aquellos desafortunados episodios en enseñanzas que nos hagan crecer como seres humanos, respetando siempre la dignidad de quienes interactúan con nosotros y, a la vez, valorando nuestra propia integridad, ya que el ser conscientes y humildes nos hace muchos más fuertes de lo que solemos pensar.

No se trata de atormentarse por los errores, no tiene sentido someternos a un proceso inquisitorial del cual únicamente salgamos flagelados y humillados, no es ese el camino, el ser humildes nada se asemeja a ser humillado, muy al contrario, el saber pedir perdón a tiempo tiene mucho más valor que el vivir sumergido en el orgullo y la soberbia del autoengaño, enfrentar y aceptar los aspectos de nuestra personalidad y nuestro carácter que debemos mejorar, es una muestra de fortaleza interior y también un acto de aprecio-amor hacia quienes por la situación que sea hemos lastimado.

La vida tiene sus formas muy particulares de ubicarnos cuando nos estamos perdiendo, aunque claro, de nada sirven las señales si no somos capaces de escucharlas y utilizarlas para mejorar, no es fácil mirar hacia atrás y resarcir el daño, pero tampoco es imposible extender la mano para permitirnos ese proceso de autoaprendizaje que cada lección nos posibilita y, más aún, cuando de seres cercanos y queridos se trata. Sin embargo, tenemos de igual forma que señalar que lamentablemente resulta más común que las personas asumamos un rol de autodefensa y orgullo, incluso sabiendo que nos equivocamos, en lugar de reconocer que cada día es una oportunidad nueva para ser mejores seres humanos.

Nunca ha sido simple la convivencia humana, siempre conlleva un alto grado de conciencia sobre el valor del otro ser (hombre o mujer) con quien interactuamos y, por supuesto, tampoco tiene sentido saber que erramos y continuar sobre la misma senda, y es en ese andar en el que otra vez me encuentro, haciendo de la experiencia un conocimiento que debe profundizarse, para poco a poco dar paso al aprendizaje y al replanteamiento de todo aquello que deba autocuestionarse, siempre sin perder la esencia que distingue a cada ser humano, pero reconociendo que tenemos que saber pedir perdón.

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