Aspiracionistas en las fuerzas armadas
Daniel Uicab Alonzo: Aspiracionistas en las fuerzas armadas
La institución preferida y consentida del Presidente, el Ejército (incluidos aquí la Fuerza Aérea y la Armada), gravita en el término que acuñó de forma peyorativa hace un par de semanas, el “aspiracionismo”, que ha ido matizando tras la lluvia de críticas de quienes han logrado llegar al estatus de clase media y más allá.
Paradójicamente, las fuerzas armadas están formadas precisamente por el espíritu de superación que desde el ingreso se imbuye a cadetes, soldados y marinos, que se promueve a partir de valores como vocación de servicio, cumplimiento del deber, disciplina, honor, lealtad, valor, espíritu de cuerpo, profesionalismo, respeto a la herencia y tradiciones militares y navales, etc. La milicia es, pues, un proyecto de vida y no hay un militar que no aspire al grado inmediato (incluso si es sólo para efectos de retiro) para alcanzar un mejor cargo o comisión. Generales, almirantes y otros jefes y oficiales han logrado un mejor estatus gracias a esas aspiraciones.
Se ha dicho que “en la naturaleza humana está implícita la necesidad de que se valoren las propias acciones y virtudes”, lo que equivale a la palmada en el hombro. Por tanto, el militar no puede ser conformista ni limitarse a cumplir su deber; su propia iniciativa y afán de superación le impulsan a ser un profesionista de las fuerzas armadas y actualizar y perfeccionar sus conocimientos, destrezas y capacidades. Esta circunstancia confiere a la vida de quien se alista en el Ejército o en la Marina un cariz particular a partir de una disciplina que se mantiene incluso en su vida civil.
Más aún, la mejora de las aptitudes de liderazgo en todos los niveles de la jerarquía es un proceso continuo. Una de las políticas primordiales de la Armada es asignar responsabilidades (los cargos) y delegar la autoridad (mandos), lo cual alienta la iniciativa en los subordinados para alcanzar las capacidades necesarias a través de su desarrollo educativo y profesional para hacerlos más eficientes y competitivos y así poder asumir en el futuro mayores responsabilidades.
No obstante, las recompensas consideradas en la ley para el personal militar o naval pasan por varios tamices: un escalafón, la evaluación permanente a través de hojas de actuación y memoriales de servicio, la concurrencia a cursos de mando o capacitación, etc., con lo cual se selecciona a quienes se han hecho acreedores a ellas por su buen desempeño. Por ejemplo, alcanzar una nueva jerarquía representa mayores beneficios económicos, pero también implica un compromiso con la institución, asumir con mayor responsabilidad sus funciones y lograr mejores niveles de desempeño. De esa forma se promueve y refuerza la excelencia en el servicio y el crecimiento profesional, sello distintivo de las instituciones castrenses, donde los principios, valores e identidad siguen siendo formados como producto del esfuerzo individual y colectivo.
Esas son algunas razones por las que cada vez más hombres y mujeres se unen a las fuerzas armadas, motivados por el deseo de superación y para aspirar a una mejor vida para ellos y sus familias.
Los aspiracionistas de Azueta 31
En el verano de 1977, fui cambiado del Guardacostas “Arriaga” con base en Salina Cruz, Oax., a la Dirección de Personal Naval en la Ciudad de México. La Secretaría de Marina funcionaba en la calle José Azueta No.9 a una calle de la Alameda, y los departamentos de Planillas, Escalafones, Control y Estadística, en el edificio número 31 de la misma calle, cerca del Cine Metropolitan. En el departamento de Planillas (donde daban destino al personal de la Armada) conocí un grupo de marineros con los que trabamos buena amistad, a pesar de que sólo permanecí ahí unos cuantos meses. La instrucción militar sabatina en Cuemanco y el desfile del 16 de septiembre de ese año son inolvidables para mí.
Varios de aquellos compañeros marineros y cabos (Apolinar, Tomás, Marcial, Raymundo, Ramón (qepd), entre otros) trabajaban por las tardes o estudiaban, y poco después ingresaron a la escuela de Intendencia o de Enfermería, donde en tres años se hicieron oficiales, continuaron exitosas carreras en la Marina, obtuvieron buenas comisiones y cargos, y algunos hasta cursaron alguna licenciatura. Hoy, son capitanes en retiro con un mejor nivel de vida para ellos y sus familias, todo gracias a la cultura del esfuerzo y su deseo “aspiracionista”.