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“Estoy seguro que este niño tiene un motor por dentro, no cierra la boca, no se sienta y, si lo hace, se la pasa soñando despierto”. Eso decían mis maestros, mis padres y otros más hace 20 años cuando en vigilia me quedaba mirando al vacío generando historias fantásticas y llenas de magia en mi imaginación. Todo parecía real pero no lo era, lo que sí era realidad se quedaba a un lado, desaparecía pero solamente para mí. Para mis maestros era falta en la conducta, puntos menos por parlanchín y contestón. Pero para mis compañeros en la primaria era un estorbo, el “pollobobo” que vive en sus mundos imaginarios. Ellos no sabían qué era el TDAH, yo tampoco, hasta hace poco que por fin lo entendí: según la medicina, es un síndrome, un trastorno psiquiátrico en donde el paciente presenta falta de atención, hiperactividad e impulsividad. Pero, para mí es otra cosa, es lo mejor que me ha pasado.

Sin duda no sería yo sin mi trastorno que en un principio era bochornoso y me llevó a una vida de bullying por quienes no me entendían, incluyendo por supuesto a muchos de mis maestros de aquel entonces, no todos, pues hubo grandes personas en mi vida que me dieron un espectacular acompañamiento para demostrarme que aquello que parece una debilidad puede ser realmente tu fortaleza, ahí estuvieron siempre mis papás con gran paciencia y esfuerzos y sin duda mi madrina, Lourdes Peón, que no me soltó para que pudiera entender las matemáticas. Recuerdo claramente mis momentos de distracción cuando mi tía Yuya, como le decimos de cariño, tocaba mi mano y con voz tenue me decía: “Papito concéntrate aquí”.

El TDAH en la adultez ha sido interesante, pues me ha llevado a esforzarme por ser organizado, escribir todo para no olvidarlo y luchar contra la impulsividad de decir algo que no debo. La hiperactividad me ha permitido realizar varias actividades a la vez, ser muy creativo y disfrutar de cada momento logrando un éxito personal que me libera a mi propia felicidad. Me permitió crecer como persona, obtener muchas habilidades y luego desempeñarlas, ser mago, médico y muchas cosas más. ¿Y las medicinas? Las dejé por completo hace varios años, aunque sin duda en la etapa escolar fueron importantes, hacían que pudiera concentrarme en una sola situación a la vez, pero, como médico, necesito estar en todo.

El trastorno por déficit de atención no es un obstáculo invencible; es una situación presentada en nuestra vida, unas sustancias alteradas en nuestro cerebro que podemos decidir tomar y convertirlas en nuestra mayor fortaleza o en nuestro peor enemigo. El niño con TDAH no está perdido ni sentenciado a una vida terrible, solamente hay que dejarlos ser, hay que darles un correcto acompañamiento, hay que guiarlos con valores y proyectos. Requieren saber que todo acto tiene una consecuencia.

En la consulta una pareja me dijo: Nuestro hijo tiene TDAH, es nuestra cruz y cargaremos con ella. Yo les contesté: Dichoso de su hijo, tiene la oportunidad de ser extraordinario.

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