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Escribí esto cuando todavía faltaban unos cuántos días para que terminara este año, en un escritorio que probablemente nunca volverá a hacerme compañía y estando a 1,196 kilómetros de lo que suelo llamar hogar, y tal vez la falta de todo aquello de lo que suelo rodearme es lo que hace que estas palabras que hoy estoy ofreciendo sean un poco más especiales.

Mientras escucho cómo la pluma rasga el papel, trato de pensar en aquellos días de este año que se quedaron con un pedacito de mí, aquellos en los que conocí a personas que ahora saben la forma en la que me acomodo el cabello cuando estoy nerviosa o la manera en la que grito cuando mi equipo favorito de beisbol gana el juego más importante.

Trato de pensar en aquellos momentos en los que la vida me hizo dejar en algún lugar un pedacito de corazón o en que el sonido de mi risa se quedó impregnado en las paredes de algún sitio. Trato de recordar los momentos en los que fui feliz, en los que los chistes entre amigas se hicieron tan largos que terminábamos con dolor en el estómago y aquellos otros ratos en los que las comidas sabían mejor porque eran con mi familia.

A lo largo de estos años he entendido que, mientras el tiempo pasa, es inevitable que las personas, los lugares, las fotografías, las canciones y los viajes se adueñen de la parte de nosotros que les pertenece, que reclamen aquellas risas y aquellas lágrimas que hemos derramado por su causa.

Es inevitable no dejar rastro de nosotros en los lugares que recorremos, porque es lo que nos ha llevado hasta donde estamos. Es inevitable no llegar con el corazón intacto a la edad adulta, porque siempre estamos perdiendo amigos, familia, amores.

El tiempo hace de las suyas, nos quita partes para construir recuerdos, nos quita partes y las deja en los lugares indicados, en aquellos lugares a donde sabe que en algún momento regresaremos y que iremos en su búsqueda, repletos de impaciencia y un tanto de nostalgia, ansiosos de volver a reír, creer, bailar o cantar.

Sé que la idea de ir dejando pedacitos de nosotros es un poco confusa (y aterradora), pero todos sin excepción lo hacemos; es por eso que al final llegamos un tanto cansados, pero, eso sí, con la vida repartida en nuestros lugares, canciones, libros y personas favoritas, y siendo de esa forma seres eternos.

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