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Más de 200 suicidios se registraron en Yucatán en el año 2018; a nivel mundial aproximadamente 800,000 seres humanos deciden acabar con su vida de esta manera, pero, a pesar de estos números, este problema parece que a la mayor parte de las personas solamente le importa de vez en cuando.

Desde hace unos días, la noticia de la madre que decidió acabar con su vida y con la de su hijo de diez años ha dado la vuelta al mundo, no hay persona que no se pregunte qué fue lo que llevó a la mujer a consumar aquel acto, pero la verdad es que, por más suposiciones que hagamos, nunca sabremos la verdad.

Una parte de las redes sociales se ha inundado de muestras de solidaridad con la familia y han lamentado la muerte de ambos, mostrando de esta forma que la empatía, aunque en menor medida, todavía está presente en la sociedad, pero otra parte rebosaba de burlas e imágenes que ponen a la depresión y el suicidio como otro de esos temas que deberían causarnos gracia, esa parte de la sociedad donde una muerte se convierte en objeto de risa.

A lo largo de los últimos años me he podido dar cuenta de que la depresión está siempre cerca de nosotros: en un amigo, en nuestro hermano, en nuestra abuela, en nuestros padres, en nosotros mismos, pero casi nunca la vemos, o casi nunca la queremos ver.

Siempre pensamos que la tristeza de la persona durará unos cuantos días, y no nos preocupamos por dar más apoyo que la única frase: “No estés triste”, como si esas tres palabras borraran cada sentimiento y pensamiento que ha estado atrapado por incontables días en la cabeza de aquella persona.

Siempre pensamos que aquellas cosas que atormentan se irán por sí solas, sin ayuda, sin compañía, y no es así, lo sé porque más de una vez he visto cómo la depresión puede más que mis amigos, he visto gente que ha dejado de luchar por lo que quiere porque cada vez le cuesta más despertarse por las mañanas, mirar a los ojos, sentirse bien con lo que son.

Ojalá entendiéramos a tiempo que todos tenemos el poder de salvar a alguien, que todos, con nuestras palabras, podemos dañar, pero también podemos ayudar, y que, aunque un abrazo no soluciona todos los problemas, puede crear una sonrisa en un rostro que no ha tenido una por algunos días.

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