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Hace unos días me encontraba enfrentándome con un mal de amores ajeno, teniendo en mis brazos a una de mis amigas más cercanas mientras trataba de descubrir y me preguntaba repetidamente qué es aquello a lo que llamamos amor. Al escuchar aquella interrogante, muchas respuestas se me vinieron a la cabeza, pensé en el primer amor, en aquella canción que he dedicado últimamente, en las cartas que Jaime le escribió a Chepita, en las historias que nos cuenta Godard en sus películas; pensé en muchas cosas en unos cuantos segundos; sin embargo, al final me di cuenta que no hay mejor manera de explicar lo que es el amor que hablando de Platón y su Banquete, y fue exactamente lo que hice.

Recordé que Aristófanes, en su discurso, nos da una magistral explicación de lo que es el amor: Un íntimo anhelo de restitución de una plenitud perdida, de reencuentro con un total. El amor como algo divino y plenamente humano se hace presente más de una vez en nuestra vida, todos hemos sentido amor, todos lo hemos inspirado, todos hemos ido en busca de él; los hombres, las mujeres y los seres andróginos, aquellos que poseen cuatro brazos, cuatro piernas, dos caras en la cabeza, dos órganos sexuales, y unidos por el vientre poseían una fuerza descomunal y un vigor inigualable, características que causaron que sintieran la necesidad y capacidad de atentar contra los dioses, decidiendo así escalar el Monte Olimpo.

Está de más decir que, por tal acción, fueron castigados por Zeus separándolos por la mitad y obligándolos a buscar a “su otra parte” por el resto de su vida, con la recompensa de que cuando lo hicieran sería para siempre, se fundirían con el ser amado hasta convertirse en uno solo.

Pero, al pensar en el amor, no puedo hacer a un lado aquellos viejos amigos que encontré en sus libros, de los que leí sus discursos hasta aprendérmelos de memoria; no puedo olvidar aquella advertencia de Orfeo que decía que debemos alejarnos del amor a toda costa, porque no es más que una muerte voluntaria, idea debatida vivamente por Ficcino que gritaba a todo pulmón que (aunque también aceptaba que podríamos morir) era la cosa más divina que podríamos llegar a sentir.

La idea del amor de Ficcino, debo decir, siempre ha sido mi favorita y una de las más acertadas, simplemente porque todos hemos buscado renacer en el ser amado que elegimos como el protagonista de las historias que escribimos, las canciones que escuchamos y el insomnio que a veces nos ataca, todos hemos sido asesinados por culpa de un amor no correspondido y todos hemos sido el asesino por no poder corresponder, quizá porque estamos a la espera de alguien más.

Más de una vez he debido seguir los consejos de Orfeo y alejarme de eso que llaman amor, pero siempre Ficcino, con su elocuencia e idealismo, termina convenciéndome de buscar a mi otra mitad que Zeus depositó en alguna parte del mundo, pero que, estoy segura, no me es indispensable para ser tan poderosa como aquellos seres a los que tuvo que detener.

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