Fragmentos
El poder de la pluma
Toqué la última canción y cerré el piano justamente cuando el reloj marcaba las 9:35, ni un minuto más, ni un minuto menos; me sequé el sudor de la manos y miré fijamente el cuadro que colgaba de la pared, una pintura casi abstracta que se debe mirar con detenimiento para poder entender la historia que protagoniza aquel hombre.
Me dirigí a mi habitación esperando verlo sentado en la cama como cada noche, casi en el borde, con las manos apoyadas en el colchón, con la mirada dirigida al suelo. Entré. Ahí estaba. Lo evadí pero a él no le importó, me dirigí a mi clóset. Él me miraba fijamente y sonrió, estaba viendo que lo miraba a través del espejo, justo como lo hago a diario desde hace 10 años, en cada una de sus visitas, tratando de mirar de nuevo aquella camiseta que casi siempre lleva puesta.
-¿Recuerdas que tú y yo jugábamos juntos? -dijo mientras su mano pálida se posaba sobre la sábana-, jugábamos a diario, aunque a tu madre no le gustaba y siempre trataba de sacarme de la casa.
No respondí. No lo miré.
-Sé que lo recuerdas. Ya va una semana que no me diriges la palabra, antes te gustaba platicar conmigo, aunque tu mamá nunca quiso que fuéramos amigos -se miró las uñas.
-¿Por qué siempre tienes que meter a mi madre en esto? -le pregunté molesta mirándolo a los ojos.
-Porque no tengo y me hace falta una -se acomodó el cabello-, me alegra que al fin me contestes. He ordenado tus cosas anoche, pero se me han caído unas cuantas y he hecho un ruido espantoso.
Me dirigí hacia el otro lado de mi habitación, él no se levantó.
-Me he cambiado la camisa, he encontrado ésta entre mis cosas y me ha parecido mejor que la otra, es negra -me dijo sonriendo- y es de mi banda favorita, esa que canta la canción que dice: Today is gonna be the day/ That they’re gonna throw it back to you/ By now you should’ve somehow. O algo así, he estado olvidando las cosas desde hace unos días.
-Es negra -confirmé- te queda bien, y sí, esa es la letra, también es mi canción favorita, siempre la cantaba contigo.
Lo miré, tratando de sonreírle, pero en seguida un escalofrío recorrió mi cuerpo y aparté la vista.
-Vaya, realmente me hace falta un baño, este olor que tengo se hace cada vez más insoportable, la piel se me ha puesto más pálida y tengo tierra en los dedos desde hace tanto tiempo que ya...
La puerta de mi cuarto se abrió rápidamente, interrumpiendo la frase.
-¡Qué frío hace aquí! -era mi madre-, baja ahora mismo, te he estado llamando desde hace un rato, la cena está lista.
Cuando miré de nuevo a la cama para darle las buenas noches, él había desaparecido, el único rastro que quedaba de él era la arruga de las sábanas donde había estado sentado. En ese momento el reloj dio diez campanadas.