Perdida
El poder de la pluma
No sé cómo he llegado hasta aquí, no sé cómo ha sucedido, trato de mantener la calma, pero no puedo; desesperada voy en busca de una salida, pero no hay. Estoy sola en medio de una densa oscuridad, en un lugar tan frío que me cala los huesos, creo que nunca podré salir de aquí.
Sigo caminando, esperando ver una luz, pero no es así, porque con cada paso que doy me adentro más hacia lo desconocido, todo es silencioso. No hay nada, no hay nadie. El único ruido perceptible es el de las hojas cuando las piso. Ya no puedo más, pero sigo caminando tratando de contener la respiración, de no permitir que me encuentren, de hallar ayuda, pero creo que no lo haré.
Estoy parada en medio del misterioso lugar cada vez más nerviosa, y de repente, puedo escuchar un ruido que no provino de mis zapatos; todo queda en silencio de nuevo y en un segundo el atronador sonido regresa, es cuando me doy cuenta que aquí hay alguien más.
Me quedo paralizada esperando que ese monstruo (o tal vez persona) salga, pero no lo hace, sigue dando pequeños pasos y respirando de manera extraña, como si no fuera humano, como si quisiera llegar a mí. Trato de estar tranquila, pero, con cada paso que doy, me hundo más en una inmensa desesperación. No hay nada, no hay nadie, no hay esperanza.
No hay luz, ni ayuda y creo que tampoco hay salida.
Pero a pesar de todo no me detengo, sigo recorriendo el camino, cuando de repente puedo ver una tenue luz. Camino hacia ella y me puedo percatar que proviene de una pequeña lámpara de gas olvidada sobre una roca, al tomarla me doy cuenta de que ésta tiene rayaduras, como si pequeñas garras la hubiera hecho su víctima; sin importarme la tomo entre mis manos y alumbro por pequeñas partes, esperando poder ver qué es aquel lugar que me ha atrapado de aquella forma.
Es un bosque, pero es diferente, no es como aquellos que me habían mostrado las películas, ni como esos otros que me habían descrito tantas veces todos esos libros. Hay flores desconocidas, árboles tan altos como los edificios de las grandes ciudades, el suelo lleno de hojas, rocas por todas partes y a lo lejos puedo ver cristales regados. Hay un cielo rojo, un rojo tan oscuro que, estoy segura, nunca antes había visto; no hay estrellas, no hay nubes, no hay nada, no hay nadie.
Miro mi reloj con ayuda de la luz de la lámpara, no puedo creer lo que veo, marca las dos de la tarde, pero aquí no hay más que oscuridad. Han pasado unos cuantos minutos y ahora no hay señales de la extraña criatura, en realidad no hay señales de nada.
Tomo la lámpara y me la llevo, corro desesperada en busca de respuestas, en busca de una salida de aquel infernal lugar, pero es imposible, no las hay, estoy perdida.