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Hace muchos años lo escribí en un pedazo de papel. Con tinta negra se lee la palabra “despedida”. La pluma que me ayudó en aquel osado acto era prestada, nunca la devolví, porque no recordaba de quién era.

Pero lo que sí recuerdo es que el papel ha reposado en mi cartera desde hace tanto tiempo que he perdido la cuenta de los viajes que el reloj ha hecho para traerme hasta este preciso instante, hasta este día en que estoy escribiendo esto para que ustedes lean.

Y sin intención, aquel pedazo de papel hizo de mi monedero su mundo, ha construido historias a las que nunca les presté atención porque estaba muy ocupada con mi vida para siquiera pensar en lo que decía; reposó ahí y creó sus propias reglas, sus propios límites, se quedó sin poder leerse a sí mismo, sin tener a alguien que le leyera lo que tenía apuntado en su piel, se quedó ahí al principio de la historia, sin saber que la palabra que contenía es quizá una de las cosas más necesarias que debemos aprender en nuestra estadía en el mundo real.

El papel se quedó ahí para que su creadora lo encontrara tiempo después, justo cuando necesitaba entender aquel mensaje y ponerlo en práctica.

Las letras de la palabra “despedida” han rasgado aquel pedazo de papel, y se han quedado ahí, como una metáfora de que muchas veces, aunque nos despidamos, algo de nosotros permanece en el lugar que hemos decidido abandonar, no porque queramos, sino porque es lo correcto. Leer aquella palabra me hizo entender que es imposible irme de algún lugar o alguna persona llevándome todo con lo que llegué. La palabra despedida se ha aferrado en aquel papel esperando por mi regreso, y lo ha logrado.

Ahora lo he tomado y me lo he llevado, lo he tenido conmigo desde aquel momento cuando decidí que sacarlo era la mejor de las ideas, supongo que porque sabía que era el momento adecuado para aprender a despedir todo aquello que ya no podía seguir en mi vida, que ya no quería seguir en mi vida.

Ahora tengo justo aquí el papel arrugado, pero sin olor a viejo, porque en realidad no ha pasado tanto desde la última, porque en realidad cada día, a cada instante nos estamos despidiendo de algo, de alguien.

He leído la palabra una y otra vez pensando que quizá de esa forma sería un poco más fácil, pero no, dejar una parte jamás será una tarea fácil, siempre va a ser un poco doloroso definir las acciones que nos harán partir hacia un nuevo lugar, quizá porque nos hemos acostumbrado tanto a los lugares, las personas y los tiempos que nos es casi imposible imaginarnos en un mundo que no es aquél.

Pero a pesar de todo y de todos, es necesario aprender a seguir adelante. Aprender a no quedarse en aquellos lugares donde nuestra presencia ya no es grata.

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