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Hace unos meses cumplí un año más de vida, al soplar las velitas el tiempo se detuvo y pude recordar esas fiestas donde usaba vestido de princesa y esperaba con ansias que la celebración llegara a su fin para poder abrir los regalos que lo invitados habían comprado pensando en mí. El tiempo se detuvo, pero las manecillas volvieron a correr justamente cuando pedí el deseo del año, aquel que había estado pensando durante tantas semanas: ya no crecer. Tranquilos, sé que mi deseo no se cumplirá, sé que no es posible, pero cómo desearía que lo fuera y estoy segura que muchos lo hemos deseado.

No voy a mentir, cuando era pequeña (como todos, estoy segura), deseaba poder ver cómo era la vida de mis padres mientras yo me iba a la escuela. Pero ahora me doy cuenta que crecer no es tan bueno como pensaba, pero tampoco es tan malo como lo pintan; eso sí, debes tener las ideas bien claras y la valentía bien lista para poder enfrentar lo que viene. Crecer no es tan malo, porque cuando lo haces y te enamoras por primera vez, puedes entender un poco más todo eso que dicen las películas y las canciones de amor.

Muchas veces he descubierto a mis amigas hablando sobre lo injusto que es que al nacer no nos den un instructivo para crecer, muchas veces las he escuchado decir que muchas cosas hubieran sido más fáciles si un librillo nos hubiera dicho lo que debíamos hacer o decir en los momentos en los que la mente queda en blanco. Muchas veces he visto a mis amigas equivocándose y pensando que crecer es solamente ponerse pantalones ajustados y zapatos de tacón. Pero qué equivocadas están.

El arte de crecer va mucho más de ahí, crecer significa dejar de llorar por los dientes que se nos caen, significa dejar de soñar porque es hora de ponerse en marcha a cumplir los sueños. Significa estar preparado para conocer a la persona que se llevará un pedacito de nuestro corazón y nos dejará un pedacito del suyo. Crecer significa dejar atrás personas y recuerdos que ya no nos pueden acompañar en el futuro. Aunque también entiendo que a veces nos da por extrañar el dinero que nos dejaba el ratón por cada diente que se nos caía o cada vez que papá nos cargaba porque nos quedábamos dormidos en el sofá.

Muchas veces deseaba no crecer, y muchas veces también deseaba tener uno de esos libros que decían mis amigas, pero eso es imposible, no podemos tener un libro porque cada quien debe tener sus propias decisiones, cada quien debe crear su propio manual. Pero a pesar de que tal libro no exista, estoy segura de que, aunque no haya un libro, sí hay una instrucción que debemos seguir: no cerrar los ojos. No debemos hacerlo nunca, debemos tenerlos bien abiertos para que podamos ver que la vida pase y todo lo que ella conlleva y que sobre todo sea eso, vida.

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