Muchas muertes, poca justicia
El poder de la pluma
Para Fátima
México ha fallado una vez más, esta vez le falló a una niña de siete años, una niña que no estaba yendo a una fiesta, ni vestía falda corta, ni salió con hombres mayores; le falló a una niña que esperaba a su madre después de un día escolar. México no sabe qué hacer, porque esta vez no encuentra la forma de culpar a la víctima. Sí, la madre llegó tarde, pero la sanción justa era pagar por el tiempo de más utilizado, no encontrarse con que su hija desapareció porque los docentes prefirieron irse a descansar, debió encontrarse con una hija a salvo, pero no lo hizo, ya no encontró nada.
México está de luto, Fátima se nos aparece en cada niño que pasa por la calle y nos hace recordar; Fátima es cada mujer que tiene que mirar sobre el hombro cuando camina porque debe asegurarse que nada malo le suceda, es cada estudiante universitario asesinado por sus amigos o su novia; Fátima es el miedo de un país donde no se puede vivir porque la seguridad no es más que una idea inexistente y la justicia no existe, un país donde se ha decidido que el mejor castigo para los agresores es un poco de respeto y un abrazo fuerte, donde un “fuchi, guácala” es el discurso más serio que puede existir, donde es más importante la poco sensata idea de la rifa de un avión que las muertes y la violencia que se generan con el paso de los minutos.
El asesinato de Fátima es la muestra de la violencia que nos envuelve y que se ha estado tratando de evadir por demasiado tiempo, fue un último e innecesario llamado para reaccionar ante todo lo que pasa a nuestro alrededor; el asesinato de Fátima pudo no haber ocurrido si hubiésemos sido conscientes tiempo atrás de la maldad y la violencia que posee nuestra sociedad, si hubiésemos hecho caso a los gritos de ayuda, pero no lo hicimos, y ahora vemos a una sociedad arrepentida que pide justicia, que alzó la voz para reclamar un acto atroz y que por primera vez en mucho tiempo no juzga a la víctima.
Hoy he utilizado este espacio para escribir en nombre de Fátima, de Karol, de Ingrid, de cada persona que ha sufrido violencia y abusos; escribo en nombre de todos los que han perdido la vida y que no han recibido justicia, de aquellos que no se han dado cuenta de la importancia de esta lucha (pero estoy segura que pronto lo harán), escribo porque puedo y debo hacerlo, porque como mujer y mexicana debo alzar la voz ante los feminicidios que ocurren minuto a minuto y de los que parece que nadie se interesa. He hecho esto esperando que todos entiendan lo necesario que es luchar por la justicia y por la seguridad, porque tal vez de esa manera podamos saldar la deuda que todos nosotros tenemos con Fátima.