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Hace ya unos años leí El Principito, recuerdo que la primera vez que lo hice, como todos los niños, sentí como mi amistad con ese especial personaje se iba afianzando conforme la historia avanzaba. Cuando mis ojos repasaron por primera vez aquella compilación de tinta y papel no se dieron cuenta de una frase que hasta ahora (ya pasados varios años) puedo entender en su totalidad: “A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial del mismo. Nunca se les ocurre preguntar: ¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar mariposas?” Pero en cambio preguntan: ¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?” Solamente con estos detalles creen conocerle”.

Ahora tengo veintitrés años y leer esa frase hace que me pueda percatar de las cosas importantes que solemos dejar en el camino con cada día, mes y año que crecemos. Sé que llego un poco temprano para la celebración, pero este mes está marcado por risas y juegos, y por eso, es que la palabra niñez ha estado resonando en mis oído y apareciendo una y otra vez en mi cerebro.

Se nos dice una y otra vez que debemos dejar dejar de ser niños, que debemos dejar atrás los jueguetes y los juegos, nos lo dicen sin importar si somos demasiado pequeños para hacerlo. El mundo nos convierte en adultos demasiado rápido, y muchas veces, ni siquiera permite que traigamos aquellas cosas que nos acompañaron mientras éramos pequeños.

Ser adulto a veces se torna un poco difícil, a veces deseamos quedarnos con once años para siempre, a veces deseamos estar acostados a lado de mamá o papá, a veces deseamos concentrarnos en aquellos dibujos animados sin que las cuentas o lo deberes se crucen por nuestra mente, a veces todo lo que deseamos es volver a jugar con nuestros amigos a la hora del recreo.

Cuando los días se tornan un tanto melancólicos, me gusta reproducir la música que solía escuchar cuando regresaba de la escuela, me gusta cerrar los ojos y pensar en las películas que esperaba con ansias, me gusta pensar en aquellos cuadernos de dibujo que papá me traía cuando regresaba del trabajo, y es entonces que me doy cuenta de que el tiempo pasa mucho más rápido de lo que a ti y a mí nos gustaría.

Sin embargo, cuando extrañemos todo lo que teníamos, podemos regresar por un minuto en el tiempo, al escuchar aquella canción que nos cantaban para dormir, la historia que nos contaban cuando estábamos en pijama, el probar aquel platillo que nos cocinaban en nuestro cumpleaños, al pasar por la puerta de nuestra antigua escuela.

Ser adulto es difícil, pero estoy segura que alguno de ustedes, lectores, deseó crecer lo más rápido posible, un deseo que ahora no entendemos. Debemos hacer que la infancia y sus recuerdos de los nuevos niños sean memorables, que se las lleven consigo aunque pasen las días, las noches, los años. Debemos hacer que los niños entender que crecer es inevitable, pero que siempre deben llevar consigo lo que han ido construyendo y no olvidarse de las pequeñas cosas que los hacen ser ellos mismos.

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