Miedo
Diana Puga Pérez: Miedo
A veces me faltan las palabras y las ideas no se unen de tal forma que sean capaces de formar una historia. No sabía por qué sucedía eso.
Las cosas cobraron sentido cuando pude percatarme que desde hace ya un tiempo veo a Miedo vestido de gala acechándome desde la puerta, por algunos momentos nos miramos a los ojos, pero después se concentra en la revista que tiene en la mano. Ríe por ratos, creo que las letras de aquellas hojas hablan de las películas que mira cuando yo me voy a dormir, le gustan tanto que lo he atrapado sentado en el sillón en horas no prudentes.
Hace unos días, cuando el reloj marcó las 7 de la mañana y mi despertador sonó, pude ver qué Miedo había metido bajo mi puerta una hoja en blanco, estaba vacía, no sabía qué era lo que quería.
Al salir, me di cuenta de que Miedo, que estaba sentado en la puerta de mi cuarto, me esperaba con un lápiz y una taza de café, estiró el brazo para entregármelos, pero yo no acepté, no tengo motivos.
Desde hace ya unos días veo a Miedo caminar de un lado a otro a las afueras de mi cuarto mientras tararea aquellas canciones que tanto me gustan, mientras recita en voz alta mis fragmentos literarios favoritos, lo escucho repetir los diálogos de las películas que veo una y otra vez, mientras ríe a carcajadas.
-¿Por qué lo haces?- le pregunté hace unos días.
-¿Por qué no habría de hacerlo?- me respondió, mientras me sonreía.
Por las noches veo a Miedo hojear las libretas que guardo en mis cajones, leyendo una y otra vez los poemas que alguna vez escribí, pero que nunca pude leer en voz alta. Por ratos, Miedo se seca alguna lágrima que cae por su mejilla, algunas veces repite en voz baja las palabras plasmadas en esas hojas, lo escucho enojarse conmigo por no haber podido darle continuidad a las historias, por haber dejado la última frase justo a la mitad.
Pero ayer, Miedo hizo algo distinto a las afueras de mi habitación, pegó en las paredes todas esas hojas que tienen plasmadas mis historias inconclusas.
Al salir de mi cuarto me he encontrado con lo que ha hecho, me he enojado y lo he despegado todo, mientras lloraba y le preguntaba por qué había hecho todo eso.
Antes de entrar a mi cuarto me ha detenido y sacado de su bolsillo una libreta nueva con una pluma reluciente y me las ha entregado.
El Miedo me miró a los ojos, me sonrió y me asintió.
-Esto es tuyo- me dijo.
Regresé a mi habitación, no sin antes devolverle el gesto.
Al recostarme en la cama, pude entender lo que el Miedo ha querido todo este tiempo.