Una foto del pasado
No deja de tener cierto sabor retro la espera del destape del PRI.
No deja de tener cierto sabor retro la espera del destape del PRI. Desde luego, su relevancia es mucho menor que en los tiempos de El Tapado, pero no está mal, hasta en calidad de pedagogía en tiempo real, como fenómeno observable por las nuevas generaciones de mexicanos. Si hasta 1988 la designación del candidato del hasta entonces partido invencible era el nombramiento del siguiente presidente de la República, ahora es sólo la presentación de un contendiente, por cierto no con los mejores pronósticos de su lado. Es verdad que en aquel año el asesinato del candidato oficialista interrumpió el ciclo ritual, pero también lo es que ya nunca más el sistema de partido de Estado tendría capacidad para restaurarlo. Ese crimen era en realidad un síntoma de la muerte del viejo régimen.
Y como lo muerto, muerto está, cuando en los próximos días sepamos el nombre del señalado por Peña Nieto, seguiremos sin tener claro quién será el próximo residente de Los Pinos. A fin de cuentas hay cosas que nuestra democracia trunca ha logrado mejorar. Lo que sí ocurrirá es que se irán definiendo muchas de las particularidades del proceso, que hoy se presentan inciertas y hasta volátiles.
El primer gran asunto será la reacción de las fuerzas internas del PRI, dependiendo del ganador, y hasta dónde ese partido y el presidente tendrán la capacidad para impedir escisiones y limitar deserciones, rebeliones y sabotaje interno.
Adicionalmente, irán aclarándose las posibles alianzas del tricolor, en especial con el Panal y el PES, que no parecen dispuestos a aceptar cualquier nombre. La designación, por sí misma, generará mayores o menores riesgos de fugas, especialmente hacia Morena.
Pero, a diferencia del viejo destape, al escenario que produzca le quedarán todavía importantes incertidumbres. La consolidación final, o no, de la coalición PAN-PRD-MC marcará una verdadera encrucijada en el desarrollo del proceso electoral. Si la alianza cuaja, estaremos ante una elección de tres competidores viables; en caso contrario, asistiremos a un balotaje entre el candidato del PRI y Andrés López.
Ya definidos los candidatos y las alianzas a nivel nacional, los distintos procesos locales y la manera como los partidos sean capaces de armonizar postulaciones y ambiciones locales terminarán de definir las condiciones de cada fuerza competidora.
Entonces, a principios de 2018, tendremos ya un panorama electoral claro y entraremos plenamente, espero, a la incertidumbre democrática, hasta el 1 de julio. Después, gozaremos nuevamente de un presidente de minoría, rechazado activa o pasivamente por dos terceras partes de la población y que no podrá gobernar; pero que, si somos afortunados, entenderá en algún momento que lo que este país requiere es un cambio de régimen político.