Lo que el PAN dejó de ser
Una de mis primeras grandes sorpresas al ingresar al Partido Comunista Mexicano fue ver en persona a los panistas.
Una de mis primeras grandes sorpresas al ingresar al Partido Comunista Mexicano fue ver en persona a los panistas. Mi idea de la derecha, dadas las experiencias familiares en Yucatán y Puebla, entre otras cosas, era que se trataba de hordas de niños ricos, organizados casi paramilitarmente, violentos y fanáticos religiosos, más alguna tropa confundida que los seguía. Cuando los empecé a conocer, sin embargo, mis prejuicios comenzaron a crujir. Los panistas yucatecos provenían, sí, en general, de la militancia religiosa, pero por lo demás en poco cumplían mis expectativas. Me encontré ante un más bien reducido grupo de clasemedieros -profesionales, empleados, pequeños comerciantes-, adicionado de una microscópica dosis de verdaderamente ricos, cuyo enemigo principal era el Estado mexicano, pero que en lo concreto buscaban, por sobre cualquier otra demanda política, elecciones limpias. De la derecha militante, la de aquellas falanges que llevaron a mi abuelo y a mis padres al exilio, poco había. Su espacio natural no era el de la militancia partidista. Lo que sí había eran hombres y mujeres que pagaban costos de todo tipo, personales, económicos y sociales, por oponerse al avasallamiento electoral que marcaba los tiempos. Cuanto más los fui conociendo, las cosas se pusieron peor: Rafael Castilla se declaraba socialdemócrata y tenía como modelo de sociedad justa a Suecia y no a los EU; Carlos Castillo Peraza, que en la convención electoral de 1985 irrumpió con un pliego de propuestas laboristas; Xavier Abreu, que una noche fue bestialmente golpeado por gamberros gobiernistas. Tiempo después, un ateo fue electo como presidente estatal y, colmo de colmos, en su momento manifestó su apoyo público a una de las últimas huelgas de sindicatos independientes en Yucatán. Con menos sorpresa después conocí a otros militantes panistas de larga data, por ejemplo a las monjas laicas que, enfrentadas a la agresión política oficial, maldecían como arrieros borrachos. Esos panistas, muy conservadores, sí, en el momento que vivía México no eran sino luchadores por la democracia, por ella sacrificaban tiempo, esfuerzo y comodidades.
Hoy, al ver al Partido Acción Nacional, encuentro un horizonte decepcionante. La nueva derecha que lo ha colonizado guarda poca relación con aquella católica y doctrinaria con la que traté en el pasado. Se ha convertido, en efecto, en partido de niños ricos individualistas que han hecho de su visión del mundo la del partido. Ya no se trata de encabezar luchas sociales, mucho menos de defender causas imposibles, difíciles y desesperadas, sino de encumbrarse personalmente. Tricky Dicky Anaya y sus elegidos han dejado sus intenciones prístinamente claras. Toca a los electores decidir qué van a hacer con ellos.