"El estigma de la chancla"
Cuando fui a vivir a la CDMX y me subí al metro con mis chanclas, aparte de ser pisoteada en la hora pico, perdí una chancla en el gentío, como pude la recuperé y temí por su vida.
Gracias al calor de nuestro Estado, el uso de la chancla es de lo más común. Personalmente, me gusta muchísimo usar chancla -de pata de gallo o cruzada-, nunca creí que ese gusto me traería ciertos comentarios.
Alguna vez me invitaron a una reunión de artistas “importantes”, decidí cambiar la chancla por zapato, un funcionario esbozó una sonrisa amable (inédita en su trato) y me dijo: “Es la primera vez que te veo con zapatos cerrados”.
Ahí supe por primera vez que mis chanclas evitaban la sonrisa de algunas personas. Después, usando la misma ropa que con mis chanclas, pero ahora con zapatos cerrados, alguien me dijo: ¡Qué elegante! Ahí entendí que la chancla baja bonos a mi elegancia.
Cuando fui a vivir a la CDMX y me subí al metro con mis chanclas, aparte de ser pisoteada en la hora pico, perdí una chancla en el gentío, como pude la recuperé y temí por su vida. Empecé a usar tenis y deseché definitivamente el uso de la chancla en la CDMX.
Sí, me gustan los tacones, pero no más que las chanclas, las uso desde niña; aprendí a esquivarlas de la certera mano de mamá. A veces la chancla se perdía en un rincón y empezaba el peregrinar: ¿No has visto mi chancla? ¿Quién agarró mi chancla? ¿Tienes puesto mi chancla?
Algunas veces mamá la había aventado tan lejos que acababan en el fondo del patio o en el hocico del perro. También hacían una labor importantísima: atoraban la puerta para que no se cerrara de golpe.
En el peor de los casos, si mi hermana estaba molesta, barría la chancla “por descuido” y acababa quemada en la basura. Ahí venía el consejo de mamá: “Debes cuidar tu chancla, ve lo que pasa si no cuidas tu chancla. Te voy a comprar otras, pero si las vuelves a perder ya nunca más te las vuelvo a comprar”.
Cuando la chancla se reventaba, se componía con un pasador de pelo previamente calentado y atravesado en la parte reventada. La chancla es fácil de quitar para meterse al mar, para posar los pies al bajar de la hamaca, para amenazar al niño terco o lanzarla al bicho volador que asusta.
No entiendo por qué algunos la ven mal; LA CHANCLA ES CULTURA. Nadie debería cambiar su identidad para agradar a los demás; por eso, a pesar del estigma, seguiré amando la chancla con el mismo miedo que la veía volar de la mano de mi mamá a mi espalda.
El gran placer de regresar a Mérida y acostarme en mi hamaca sólo es completo si debajo de ésta reposa un par de chanclas.