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El 13 de agosto, en sesión de Cabildo, el H. Ayuntamiento de Mérida me otorgó la medalla Héctor Herrera “Cholo” 2018. Estaba en la CDMX cuando recibí la noticia; mis ojos se abrieron casi tanto como los de Cholo: ¡Mare, me van a dar mi medalla! Que me disculpen los atletas, ellos acostumbran a recibir medallas de oro y plata, pero nosotros los artistas muchas veces nos conformamos con el aplauso del público. Uno no espera reconocimientos como éstos, aunque siempre conserva la esperanza de que el esfuerzo rendirá fruto. A riesgo de parecer presuntuosa, debo decir que mi teatro ha recibido reconocimientos en distintos lugares del mundo, pero hoy puedo decirles que ninguno tan valioso como el que recibo en mi Estado.

Cuando empecé a escribir teatro regional, fui tachada de paisajista, los intelectuales no se interesaban en mi teatro, dijeron que fuera de Mérida nadie entendería mis obras. Años después, he viajado por el mundo con mi teatro, hemos recibido reconocimientos como el mejor teatro del mundo y pude decirles a los intelectuales que se equivocaron, que el teatro yucateco es universal. Bien dicen: “Si quieres ser universal, habla de tu aldea” , y yo tengo el enorme lujo de haber nacido en esta aldea maravillosa llamada Yucatán; en esta aldea en que las mestizas tienen poesía, política, amor, fuerza y belleza en una sola frase. Nuestros cielos, nuestros mares, nuestros colores son fuentes de inspiración infinita.
Dedico esta medalla a mi madre, una mujer que tuvo una visión que transformó mi vida. Mamá, esta medalla también es para usted, no es de oro, pero es de amor. Por los tiempos bonitos en los que cuando niña me llevaba de la mano a mis clases de jarana, de ballet, de inglés -por si algún día viajaba-, de teatro, porque una infancia de pobreza extrema, como lo fue la mía, se vio iluminada por la luz del teatro. Esta medalla se vuelve mi amuleto para seguir compartiendo nuestro teatro por el mundo, porque ser yucateca es uno de mis grandes orgullos.

Yo me regreso a la CDMX, me espera una gira por Brasil y Estados Unidos, les prometo que ahí, en esos países, compartiré con enorme orgullo la sabiduría de mi pueblo y la belleza de nuestro teatro regional; eso sí, mi medalla se queda en mi casa, porque donde está tu corazón está tu casa y, aunque yo me vaya al fin del mundo, mi corazón siempre estará en Yucatán.

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