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Con el permiso de los lectores de este huiro, me permito quitarle la pluma hoy para platicarles algo importante. Han sido días muy difíciles y en particular el de ayer, porque se cerró el último capítulo de un libro trascendente para mi vida. Esas páginas comienzan a escribirse en la primaria Cano y Cano de la Alemán, y no estudié ahí por ser pudiente, sino porque ahí trabajaba mi bisabuela Aisela Hernández y Alcocer. Creo que es una de las cosas más hermosas que me han sucedido, porque al entrar a esa escuela pude ir a vivir a casa de mi bisabuela y disfrutar los últimos años de mi bisabuelo Mario Herrera Bates, “Sakuja”, y conocer y aprender a valorar nuestro teatro regional, con cada una de las enseñanzas de mi abuelito y regocijarme con sus múltiples anecdotarios.

Fue ahí, en la esquina de La honradez, calle 72 entre 49 y 51 de Santiago, donde me preguntaba qué era ese tinaco tan grande que estaba en medio del patio, hasta que supe que era para almacenar el agua de lluvia; fue ahí donde hacía la travesura de subir al techo y bajar mangos de la casa de al lado y disfrutarlos con chile molido; fue ahí donde disfrutaba canciones de “La Familia Chulim” que me cantaba mamá Lucila; fue ahí donde leía y releía libretos escritos por mi bisabuelo; ahí me sentaba junto a él para disfrutar un disco de música clásica, o lo veía grabar sus casetes con sus ocurrencias. Ahí fue donde cimenté mi amor por el teatro regional, y donde le di el último adiós al hombre que dio su vida por amar, cuidar y mantener ese bastión tan importante de nuestra cultura y que nos da identidad.

Pero también fue en esa casa donde todos los días me levantaban a las 5 de la mañana y veía aquel foco rojo del baño que indicaba que el calentador estaba listo, pero yo no, para el riguroso baño mañanero, después desayunar jugo de frutas y huevitos hechos con amor para aquel gordito, y luego subirnos al Volchito y encaminarnos hasta la Alemán, siempre llegando puntual, como puntual era hacer el rosario diario al regreso de la escuela con mi Chichí Mosita y la maestra Chelo. Son recuerdos maravillosos como la buena costumbre de caminar alrededor de la mesa después de comer para ayudar a la digestión. Al pasar la infancia, después de las vueltas, ayudábamos a bajar los alimentos con una buena taza de café: caliente, amargo, fuerte y escaso.

Son muchos los recuerdos que tengo de mi Chichí Mosita, ángel que ayer extendió sus alas para irse al cielo, y digo ángel, porque eso fue y siempre estuvo para ayudar a propios y extraños. Extrañaré tus frases: ¿Cómo estás Mosita? “Bastante bien, después de los 80 todo es perfecto”. O “con tus visitas muy bien”. Mosita hay mucho calor. “Pues pórtate bien, porque el infierno está más caliente”.

Hoy recuerdo la frase del Gabo: “No llores porque terminó, sonríe porque sucedió”. Doy gracias a Dios y a la vida que me hayan permitido conocer, disfrutar y amar a un ser tan lleno de luz y bondad como Chichí Mosita. Que tengas buen viaje, y vete tranquila que tu gordito te recordará cada vez que tome una taza de café, sin azúcar.

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