Papá en las páginas de los libros

Para bien o para mal, algunos escritores dedicaron algunas de sus obras a sus papás.

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La figura del padre tiene una amplia presencia en la literatura universal y la relación padre-hijo desde Telémaco buscando a Ulises o Pedro Páramo en Comala buscando al suyo, se volvió un tópico interesante y paradójico; pero no siempre esta relación ha tenido historias felices. Basta con recordar el caso de Franz Kafka, quien en 1919 escribe su desgarradora Carta al padre, donde expone la actitud abusiva y fría de su progenitor:

Para mí siempre fue incomprensible tu absoluta falta de sensibilidad para echar de ver qué dolor y qué vergüenza podías causarme con tus palabras y tus juicios de valor, era como si no tuvieses conciencia alguna de tu poder.

Por otro lado, están aquellos escritores que dedicaron algunas de sus obras a sus papás, como Jorge Manrique con Coplas a la muerte de mi padre y Jaime Sabines, quien sintió un profundo dolor con la partida del hombre que más respetaba y quiende niño le inculcó el amor por la literatura contándole pasajes de Las mil y una noches, fue así que esta pérdida se convierte en el poemario Algo sobre la muerte del mayor Sabines, donde cada verso inunda el alma por la ausencia:

Papá por treinta o por cuarenta años,
amigo de mi vida todo el tiempo,
protector de mi miedo, brazo mío,
palabra clara, corazón resuelto…

La literatura nos regala muchas otras historias donde los padres son el centro del relato y su influencia, especialmente en la niñez; es evidente en libros infantiles como “Papá, ¿me cuentas un cuento”, de John Olive, o en Flores blancas para papá, de Beatriz Helena Robledo. Pero una historia más real y desgarradora es la obra de teatro de Javier Malpica Papá está en la Atlántida, que relata la travesía de dos niños por la frontera norte en busca su padre.

Entre el recuerdo del padre de Kafka y Sabines hay un gran abismo y es que la figura paterna es completamente ambivalente en la vida real y así se refleja en las páginas de los libros que nos dan la oportunidad de descubrir los diferentes rostros de la paternidad, la dulce y protectora, o la humana y ejemplar, así como la cruel e indiferente o la irresponsable o ausente. Finalmente, todas ellas marcan la vida de sus hijos, para bien o para mal; conscientes o no los hijos seguimos las huellas o las sombras, para reproducirlas o para todo lo contrario, de aquel hombre que llamamos padre y para el que cada corazón tiene o no un lugar, cualquiera que él haya querido ocupar o deshabitar porque “un padre no es el que da la vida, eso sería demasiado fácil, un padre es el que da amor” (Denis Lord).

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