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La desigualdad en nuestro país no es nueva, ni negada, pero sí interiorizada; el discurso de “el que es pobre lo es porque quiere” continúa en las bocas y en las mentes de las clases media y alta, invisivilizando totalmente la razón de la desigualdad y la dificultad para cerrar la brecha. Y es que México es uno de los países con la menor movilidad social, la cual es la capacidad de escalar de un decil socioeconómico inferior a uno superior –es decir, tener mayor poder adquisitivo que sus padres y abuelos-, ya que tan solo el 2.1% de las personas que nacieron en un hogar con pobreza puede llegar a tener mayor acceso a bienes y servicios. Sin embargo, y a pesar de lo anterior, de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Discriminación 2017, el 40% de la población mexicana cree que “los pobres se esfuerzan poco por salir de la pobreza”, y si se hiciera dicha encuesta al día de hoy, estoy seguro que esa proporción aumentaría.

En el nuevo mundo de la cuarta transformación, se han promovido y publicitado los programas sociales, pero también se ha polarizado, aún más, un sector de la población que cree que los que menos tienen son merecedores de menos; estos prejuicios provocan que a los más pobres les sea más difícil tener un trabajo, acceso a educación de calidad o incluso a un préstamo para emprender. Salir de la pobreza implica mucho más que un simple “échale ganas”, ya que las barreras estructurales son muros gigantes que no permiten a la mayoría avanzar a un mejor y muy merecido estilo de vida, muros representados por bloques gruesos y cargados de discriminación, marginación, desnutrición, exclusión, analfabetismo y deshumanización, que reproducen generación tras generación el círculo de la pobreza funcional, ese que solo alcanza para sobrevivir, pero no para vivir.

Y claro, existen algunos caso de éxito, hombres y mujeres que nacieron en una comunidad pobre, viviendo en hacinamiento, caminando cinco kilómetros para llegar a su escuela, sin uniforme, sin mochila, llevando sus libros en brazos todos los días, creciendo en condiciones inhumanas, trabajando de lo que se pudiera para pagarse la universidad, pasando días resistiendo, estudiando y sin comer, ejemplos mencionados por los más favorecidos, que romantizan la pobreza y que buscan normalizar niveles de vida llenos de obstáculos como si debieran verse cual modelos a seguir, cuando sus historias de vida no se parecen y nunca se parecerán a las historias de estas personas que resistieron y que además tuvieron suerte, un porcentaje menor del 3% de la población.

No se trata, desde luego, de falta de capacidad o falta de ganas, pero pasar varios días sin comer no es un tema simple, así como tampoco lo es encontrar un trabajo digno donde el salario sea suficiente para vivir decentemente; la desigualdad pesa, pero no a todos les pesa de la misma manera.

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