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En muchos países, mayo es reconocido como el mes de las madres, una festividad para celebrar su labor en todo el mundo; aunque la conmemoración cambia de fecha, todas las naciones buscan festejarlas.

Los orígenes de esta celebración (dice san Google) se remontan a 1905 cuando Anna Jarvis, reconocida como la fundadora de esta festividad, buscaba una forma de rendir homenaje a su madre, quien murió el 9 de mayo de ese año.

En México, Cuba, España y otros países europeos ese día ocurrió ayer y las muchas explicaciones para mantener la sana distancia o buscar formas creativas de felicitar a la mamá me asombraron.

Incluso en los informativos mexicanos escuché a una conductora, bastante respetable, hablar de la campaña sui generis de no molestar a tu progenitora literal con el hecho de evitar visitarla para no contagiarla de ningún virus.

Y así, discursos fueron y vinieron, mientras el temido fin de semana llegó, con nuevas reglas dictadas desde la experiencia del pasado día del niño en que algunos padres llenaron los restaurantes para comprarles pizza a los hijos.

En esta ocasión los supermercados fueron los elegidos para buscar productos adecuados para regalar a la mamás.

Las mil bromas sobre la canción de Denisse de Kalafe y su reaparición en el escenario pasaron a segundo término, los discursos centrados en la necesidad de hacer de todos los días del año momentos para celebrar a la mamá también fueron superados por la discusión de si verla o no.

Yo no puedo opinar, porque tengo la ventaja de que compartimos el hogar. Lo que sí sé es que aprovecho los momentos para conversar con ella, reírme de sus ocurrencias, escuchar sus relatos, sus ganas de planear para dentro de tres años, de construir su árbol familiar, de recordar muchas historias que sólo su disco duro aguanta y mucho más.

Este año en particular mi madre me ha contado capítulos de mi infancia que yo recordaba de otro modo, historias que tienen que ver con mi forma de defender mis letras en la escuela, los castigos que me gané de una maestra por mi forma guerrera de ser, así como incidentes relacionados con los accidentes que sufrí porque fui niña en el siglo pasado, cuando las casas solían tener espacio suficiente para un jardín y árboles donde subirse en compañía de la hermana cirquera que Dios me dio y que montaba funciones de trapecista cada dos días.

Así que, sin importar la ciudad en la que he vivido, me las he ingeniado para conversar con ella cuando no existía el internet, cuando hablar de larga distancia costaba mucho dinero, buscaba la forma de llamar una vez a la semana, contarle lo más importante y lo demás escribir cartas que un intermediario leía. En fin, hay formas de siempre estar. Hay que usarlas todas.

Hoy aprovecho que es lunes para felicitar a todas las mujeres que decidieron ser buenas madres de sus hijos, y a las que me han acompañado como madres adoptivas: gracias por su cariño. ¡Que sea feliz!

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