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Quiero presentarles a una extraordinaria mujer mexicana, Concepción Cabrera, a quien llamamos Conchita. Nació en San Luis Potosí el 8 de diciembre de 1862.. se casó de 22 años con Francisco Armida en 1884. Tuvieron 9 hijos y, después de 17 años, muere su esposo. Conchita había aprendido a dedicarse toda a Dios y a sus hijos. A partir de entonces, Conchita intensificó su entrega; se hará canal de gracia y fecundidad religiosa. Entrará en relación con protagonistas eclesiásticos de su tiempo y les comunicará su grande amor por Dios y por la Iglesia. Muere a los 75 años, rodeada de sus hijo/as naturales y espirituales.

Conchita era alegre y espontánea; en su interior ardió desde niña una pasión que, de llama frágil, se convirtió en hoguera; esa pasión tuvo nombre y apellido: JESÚS EL CRUCIFICADO. Conchita vivió con intensidad su relación con JESÚS. Procuró en todo conocerle, darle gusto, amarle y seguirle. Y como quien ama es ingenioso para congraciarse con el amado, no escatimó nada para JESÚS, su amado. Las personalidades que se asomaron a ese mar de amor quedaron asombradas. Desde joven encuentra en el jesuita P. Alberto Mir su primer director espiritual, éste le indica que escriba lo que pasa en su interior. Y escribe: “Cuenta de Conciencia”, desde que ella tiene 31 años hasta dos meses antes de su muerte a los 75. Esa “Cuenta” se volvió, con otros escritos, un manantial de doctrina pura y limpia para quienes a ellos se han acercado.

Conchita Cabrera fue una mística, de las más grandes que ha dado la Iglesia. Solo el trato y conocimiento íntimo de Dios pudo haber puesto en la mano y el corazón de esta mujer sencilla y sin estudios una pluma de fuego, llena de unción y sabiduría, para enriquecer el tesoro de la Iglesia. A estos escritos les llamamos “Espiritualidad de la Cruz”. Como toda espiritualidad, brota del Evangelio, y también de la experiencia íntima de Conchita y Jesús; por eso se ha vuelto camino de vida para muchos.

En este inicio del siglo XXI los laicos están siendo, diría yo, apremiados a tomar en serio su responsabilidad cristiana, ella se adelantó a su tiempo. Siendo una viuda sin títulos o estudios, alternó con religioso/as, sacerdotes, obispos, cardenales y hasta con el papa. En una entrevista con San Pío X, abogó por la fundación de los Misioneros del Espíritu Santo. En una época en que la mujer era marginada en la sociedad y en la Iglesia, encontró los caminos adecuados para realizar lo que veía como voluntad de Dios. A su obra notable y fecunda le acompañó siempre la sencillez y discreción, pues sin descuidar sus responsabilidades primordiales de esposa, madre y abuela, desarrolló un trabajo impresionante en favor de la Iglesia. Te invito a que conozcas a esta mujer. Estoy seguro que te sorprenderá. Adaptación al texto del P. Leonardo Pizano Real.

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