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Ese maravilloso sentimiento que nos genera una atmósfera de paz, bienestar y consecuentemente salud. Esa esperanza firme en que los acontecimientos se darán en la forma prevista. Esa fe que se deposita en la conducta de alguna persona porque a nuestro juicio se la merece, entre otras cosas seguramente porque su conducta es congruente con los buenos principios que postula. En estos tiempos en que la confianza ha sido reiteradamente traicionada por las personas que hemos elegido para dirigir políticamente nuestro país, sería muy difícil y casi imposible depositarla de nuevo en cualquier candidato de elección popular.

Me prometí no volver a confiar en ellos. No darle mi cándida confianza a ninguno de esos políticos. Pero mis intenciones se vieron drásticamente desplazadas conforme fui conociendo a un personaje que al principio descalifiqué por no tener la edad y consecuentemente la sabiduría para ocupar un puesto importante de dirigencia sociopolítica. Que me parecía poco carismático, carisma que Peña Nieto derrochaba, sin una presencia fuerte como la de Luis Donaldo Colosio y voz imponente como la de López Portillo y por consiguiente le faltaba mucho, cosas que fueron quedando sin importancia cuando casualmente contacté con él y quedé sorprendido ante su elocuencia y congruencia , su sencillez y sin embargo una presencia fuerte y segura sostenida por sus conocimientos del quehacer político, pasión valiente y respetuosa en la profundidad de sus juicios congruentes con sus postulados y una voluntad rabiosamente contagiosa por servir a México.

GIBRÁN RAMÍREZ REYES, el personaje del que hablo, a mi juicio, es joven… pero indudablemente ES UN JOVEN CON BARBA MUY LARGA. Seguramente muy pronto escucharemos hablar mucho de él en los medios de comunicación que hasta hoy tratan de ignorarlo. Siento la confianza suficiente para afirmar que SE DEBE CONFIAR EN ÉL.

ENTRE OTRAS COSAS. Un funcionario del proyecto Tren Maya, el Sr. Francisco Salinas Novión, sabedor de que viví en una de esas pintorescas casitas que están frente al parque de la plancha, entre las dos vías, me invitó a platicar sobre la época en que los ferrocarriles funcionaban constantemente en esa zona. Con gusto le platicaré que viví en casa de un ferrocarrilero, mi tío Federico Cardeña Blanco, famoso beisbolista conocido como el CHIVIRICO, hermano de otro también famoso beisbolista de esa época, el pitcher Mike Cardeña. Fue una época inolvidable que recuerdo con nostalgia, como seguramente otros contemporáneos, tantos que sus nombres no cabrían en esta columna. Todavía escucho la música del silbato de los trenes y el potente vibrar que producía su pesada maquinaria, pasando a unos metros de mi hamaca.

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