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Ahora que los niños van retornando progresivamente a clases presenciales, comienzan a surgir en mí varias reflexiones, todas son en torno a las cosas que quizá ya dominaban antes de la pandemia y que ahora deben reaprender; algunos chiquillos han olvidado cómo lidiar con la pesada mochila; otros han olvidado la vieja costumbre de copiar la tarea en una libreta de forma manual; y, un buen número, ya no recuerda cómo atarse las agujetas. Esto último es quizá de las cosas más significativas que una persona puede olvidar; se dice muy fácil, pero hacernos los nudos en los zapatos constituye un esfuerzo neurológico importante, en ello están comprometidas las partes del cerebro que están relacionadas con la motricidad fina y la coordinación ojo-mano; pero, más allá de todo esto, significa uno de los primeros grandes retos a los que un ser humano debe enfrentarse.

Es, quizá, una de las primeras pruebas de paciencia y fortaleza mental a las que nos enfrentamos en esta vida. No pocos padres, desafortunadamente, deciden sustituir los zapatos de cordones por los de velcro o similares, con tal de que su angelito no se frustre o se acongoje a la hora de calzarse; obviamente, también están los que lo hacen porque tienen la vida tan corta de tiempo que deciden facilitarle todo al niño con tal de no dedicarle los diez o quince minutos que esta actividad puede llegar a demorar.

Sea por la primera o la segunda causa, el resultado es el mismo: un niño, futuro joven y adulto, incapaz de lidiar con la frustración e incluso el autocontrol de sus emociones de enojo y molestia. Sé que resulta muy aventurado aseverar esto, pero, la esencia es que un padre que no deja que su hijo experimente la frustración, el autocontrol y el esfuerzo como un valor importante que rija su vida, está creando el germen de un hombre o mujer sin herramientas suficientes para afrontar los retos naturales de la vida.

Así pues, tenemos en nuestra sociedad, personas que se derrumban al primer fracaso, que se sienten incapaces de reconocer que el cambio es parte natural de la existencia y que, por añadidura, se aferran al status quo de su pequeño mundo, aún cuando allá afuera exista un universo con posibilidades infinitas para ser plenos y felices.

Es mi mayor deseo que los papás, tutores o maestros que puedan estar leyendo estas líneas, entiendan la importancia de educar en la fortaleza, la resiliencia y la capacidad de adaptarse; sin estos factores, una persona es y estará por el resto de sus días incompleta, con una tolerancia a la frustración tan baja que se cerrará las oportunidades más bellas de la vida.

¿Y tú, sabes atarte las agujetas?

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