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Los yucatecos para eso de beber y comer son muy buenos. Pueden chupar con singular alegría su agua de horchata y, claro, el excelso brebaje que emana del Dios Baco, sean chevas o tragos con alcohol adulterado marca (legendaria) “Chalecazo”.

Pero cuando se trata de “meterle al guiso” –como solía decir mi entrañable tía Almira-, la banda del patio ex casi excepcional.

Le meten a todo y de todo, desde la suculenta chicharra (con sus trozos de puyul, sin albur; no sea que los(as) activistas de derechos humanos y cuanto género se invente se indignen) hasta el más fino panecillo vegano que se invente. Por eso, en gran parte, los niveles de colesterol, triglicéridos y azúcar corren por las venas de miles de “boxitos”. Pero ese es otro tema. Vayan con dietista o, como solía decir un gran amigo mío, ya fallecido: “Haz un poco de ejercicio y cierra el pico”.

En esta semana, hasta el 6 de este incipiente octubre, se realiza en Mérida la cuarta o quinta edición de la “semana del restaurante”, o, muy pomposamente, “Mérida Restaurant Week” (dirigido también para los turistas gringos, en su preferencia; como si ellos se mataran para degustar los antojitos regionales. Pero la ideología del “país de las oportunidades” pesa mucho en miles de ingenuas mentes).

Se trata, como muchos ya sabrán, de que decenas de changarros que ofertan comidas ajusten, por algunos días, precios módicos para determinados alimentos. Ahora, el ofertón mínimo es de 119 varos por determinado platillo. Pero, como casi siempre, hay un “pero”.

Y ese “pero” es que varios restaurantes, de esos dizque muy solidarios con el cliente, en efecto sacaron sus ofertas en alimentos, aunque con la calidad mínima. O sea, un xla sándwich de jamón y queso, con algún vegetal sobrepuesto y un refresquito equis, tiene un precio de 119 pesitos, cuando algo por el estilo, en determinado changarro más o menos decente, cuesta mucho menos.

O sea (como siempre decía el extinto cantautor argentino Facundo Cabral), los empresarios del “guiso” solo adornan el panecito con lechuga de hace tres días y lo sacan de oferta. ¡Gachos! Y así por el estilo. Desde los restaurantes de mediano caché hasta los de alto pedorraje donde los clientes –con sus naturales excepciones- no saben ni qué cojones están metiéndose en el esófago para que, finalmente, llegue al estómago y de allí el proceso natural que todos ustedes saben.

PRIMERA CAIDA.- Es loable el esfuerzo de Alejandra Pacheco, dirigente estatal de la Canirac, porque la gente acuda a los changarros a consumir buenos alimentos, pero también debe echar ojo a las ofertas que, en realidad, no son ofertas… son bagatelas.

SEGUNDA CAIDA.- ¿Vale la pena pagar 119 pesos por una telera (bolillo pequeño) rellena de ensalada rusa y dos rajas de chile jalapeño?

TERCERA CAIDA.- ¿No será que hasta un tuti dulce con media cucharada de mantequilla lo quieran cobrar en 200 pesos? ¡Vaya ofertones gastronómicos! Ojo, mucho ojo, Alejandrita.

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