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Hay en nuestro mundo actual una casi predilección por la tristeza, pareciera que reconocerse como alegre es algo un tanto primitivo, para gente sin un adecuado desarrollo intelectual, como si la tristeza fuera una parte intrínseca del conocimiento y peor aún de la sabiduría; pareciera que la alegría en este mundo es cosa de simples, de incultos. Si eres muy alegre y lo demuestras, no pocas personas te verán con extrañeza, casi como si algo no estuviera bien en ti.

Hace algunos años tuve ante mis ojos un libro que explicaba algo muy interesante: los famosos siete pecados capitales, soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza, en realidad en un principio habían sido ocho, ya que se consideraba a la tristeza como el octavo pecado capital, siendo San Gregorio Magno quien decidió eliminar a la tristeza de la lista de esas faltas graves, ya que la equiparó con la pereza eliminando a aquélla de la lista.

Es muy importante aclarar que la tristeza no es lo mismo que el dolor, el dolor es parte inherente de la realidad del ser humano, el dolor llega a todos, al que físicamente sufre una enfermedad que lo encadena a una cama de hospital y a aquel que repentinamente pierde a un hermano, hija o esposo en un accidente. La realidad de vivir en un mundo imperfecto rodeado de seres imperfectos nos cobra día a día nuestra cuota de dolor.

La tristeza que en realidad acaba siendo un pecado es aquella que se abraza con terquedad, a la que le reservamos una habitación en nuestra casa y le concedemos los mejores momentos de nuestros días; bien dicen que no hay malos días, sino malos momentos que nosotros mismos nos empeñamos en cargar todo el día y todos los días. La tristeza que es un pecado es aquella que se torna en una práctica casi masoquista de observar al mundo solo como un lugar obscuro, sufrido y de dolor y en el que además muchos acaban regocijándose en su propio dolor y sufrimiento como medio de alimentar una tristeza infinita a la que abrazan vehementemente.

La tristeza inaceptable es la de quien se rinde en sus brazos, la de aquel que sin ímpetu, coraje ni esperanza se acuna en ella, la de quien incluso por comodidad y pereza la abraza con prontitud. Un refrán chino asegura: “No puedes evitar que el pájaro de la tristeza vuele sobre tu cabeza, pero sí que anide en tu cabellera”.

La alegría es una decisión, la decisión de aquellos valientes que contra el dolor de cada día optan por no dejarse vencer y saborean de cada instante el gozo al que está destinado el ser humano. Para luchar contra la tristeza bueno es recordar lo que bien decía mi eterno José Luis Martín Descalzo: “Las penas compartidas se dividen, mientras que las alegrías compartidas se multiplican”.

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