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Renata tomó una taza y con mano temblorosa intentó llenarla con agua caliente, su temblor era tan notorio que el maestro que se encontraba en la misma oficina con ella se acercó para llenarle la taza; nerviosamente ella buscaba abrir el sobrecito de té, hasta en eso el maestro le ayudó. Se veía consternada y con gran ansiedad, sus ojos iban y venían por toda la oficina para finalmente clavarlos en el suelo, como si lo más importante del mundo en ese momento fuera ver sus pies. Abrumada, se mantenía inmóvil con la taza entre las manos.

Después de dos o tres frases de mera cortesía entre alumna y maestro, ya sentada Renata de improviso le espetó a su profesor: “Estoy en tratamiento psiquiátrico por depresión”; tratando de guardar la compostura el maestro le preguntó: ¿Estás tomando algún medicamento?, ¿ya lo tomaste hoy? A lo que la muchachilla respondió con un seco sí. En esos momentos entró uno de los directivos de la escuela a la oficina y dirigiéndose a la niña le dijo: “No he podido localizar a tu mamá por teléfono, probablemente no me conteste por no conocer mi número, ¿no puedes llamarla tú?”. Entonces y un tanto mecánicamente Renata comenzó a marcar, pero, a pesar de insistir en un par de ocasiones, sus llamadas no tuvieron respuesta.

El maestro le preguntó si no tenía algún hermano mayor a quien llamar, ella le contestó que sí pero no estaba en la ciudad pues estudiaba en una universidad de fuera, por lo que el maestro le sugirió llamar a su papá para pedirle que fuera por ella, ya que en ese estado no podía intentar estar en clase. Fue en ese momento cuando el rostro de la niña se transformó en una mueca, casi susurrando le dijo al maestro: “No, a mi papá no, por favor, a él no le gusta que le llamen por estas cosas, se pone de mal humor, le molesta mucho”. Tanto el directivo como el maestro guardaron silencio, al no poder localizar a nadie de la familia, el directivo se retiró unos momentos mientras Renata bebía su té.

Después de unos minutos de silencio, Renata se atrevió a decirle al maestro: “Mi papá es muy machista, se molesta mucho conmigo cuando le hablan por esto, se pone violento”. Sin saber exactamente qué contestar, el maestro se concentró en tratar de calmarla y que bebiera todo su té; la plática fue surtiendo efecto y después de un buen rato, el rostro de la niña comenzó a serenarse.

Triste mundo este en donde niños están sometidos a tratamiento psiquiátrico, más triste aún el que una niña le tenga tanto miedo a la reacción de su padre por el simple hecho de estar enferma. Enferma está nuestra civilización, enfermas están nuestras familias, enfermas nuestras almas porque hemos creado un mundo en el que una niña tiembla ante la posibilidad de llamarle a su padre.

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