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En el arranque de las campañas en Yucatán atestiguamos un hecho insólito que parece pasar inadvertido para varias generaciones de panistas: salvo las quejas de algunos puristas -también llamados “las momias sagradas del PAN”; por primera vez en una elección intermedia el blanquiazul se pone de acuerdo en la integración de sus candidatos sin el habitual costo de militantes que siempre lo ha vulnerado.

Las divisiones internas en el PAN, desde su llegada al poder en el 2001, han sido el Talón de Aquiles de un partido que seis años después se desdibujó tanto al grado de perder todo: primero el apoyo empresarial, después a sus aliados en el Congreso y el Poder Judicial, en los organismos electorales y por último al propio presidente panista, Felipe Calderón.

Estas momias sagradas que ahora se rasgan las vendas por la colocación de figuras como Celia Rivas y Liborio Vidal como candidatos del PAN olvidan que no ha sido nada nuevo la inclusión de figuras de otros partidos al sistema blanquiazul como ocurrió con Roger Torres al frente del Conalep en la administración patricista y el apapacho hacia operadores políticos como el extinto Manuel Avila Noh.

Y mientras desgranan un purismo ideológico que los sigue ahogando en el pasado, a las momias sagradas del PAN que todavía forman parte del Consejo Estatal se les olvida que la conjura, las traiciones y el sectarismo al interior de su partido han ocasionado terribles daños; mucho más severos y consistentes en el tiempo que la eventual actuación de las personas a las que hoy señalan.

La exaltación de la vieja mística panista de fines de los ochentas nada tiene que ver con las divisiones que únicamente han servido para impulsar la llegada de las llamadas “Nuevas Mayorías” que han endeudado por muchos años a los yucatecos con proyectos faraónicos inconclusos y el saqueo al ISSSTEY, por mencionar algunos, deudas que hoy pagan y pagarán la actual administración y las sucesivas.

En medio de sus tradiciones mosaicas, el fariseísmo panista no parece advertir que Morena en Yucatán es hoy el espejo de lo que ellos vivieron en los procesos internos de 2007 en los que también denunciaron un día sí y otro también la imposición de candidatos y la intromisión del centro en las designaciones.

Con un PRI desdibujado, las momias todavía no advierten que bajo sus vendajes amarillentos se oculta la incapacidad para reconocer que están ante un escenario inédito donde su vieja mística y sus ancestrales formas de hacer política no funcionarán en una amplia base de votantes que hoy pide algo más que una retórica hueca; carente de significado en un contexto de crisis económica y sanitaria.

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