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Muchos conocen la frase que dice que “Para que triunfe el mal basta con que los hombres de bien no hagan nada”. Su autor es el filósofo, político y escritor británico Edmund Burke, y la citamos para hacer breve comentario acerca de la reciente manifestación que se realizó en Mérida para defender el matrimonio y la familia.

Si nada decimos quienes creemos que esas dos instituciones deben prevalecer por sobre cualquier otra inventada o creada concienzudamente, estaríamos pecando de omisión al permitir el avance de postulados que nos parecen sin fundamento o por lo menos de dudosa base.

Los grupos que abogan por “libertades” como la de que se permita dar muerte a un nonato, o que dos hombres o dos mujeres puedan casarse mediante una figura que insisten en que se denomine “matrimonio igualitario” sostienen tesis que amplios sectores de la sociedad yucateca rechazan.

En un espacio pequeño como éste podemos hacer un par de apuntes; uno, que nos parece sin base la reclamación de quienes piden que las mujeres puedan “hacer con SU cuerpo lo que quieran”, incluyendo matar al bebé en gestación que llevan dentro y que NO ES parte de su cuerpo.

¿Por qué no en lugar de reclamar el “derecho” de matar mejor exigen que en el sistema educativo se incluyan los temas de la sexualidad responsable y del derecho a la vida que tienen los niños, y se enseñen las cuestiones relativas al ejercicio del sexo, para que las jóvenes no se embaracen al calor de un impulso o del libertinaje? Debería ser lo mejor, pero es más fácil repartir condones y alentar manifestaciones por el “derecho” al aborto.

Hay un punto interesante que nadie aborda, y es el caso de las personas que, con toda su familia, llegan a nuestro Yucatán huyendo de los estados donde vivían porque el clima de violencia les resulta ya insoportable. Eligen nuestra entidad porque, como ellos mismos aceptan, es tranquila o por lo menos mucho más tranquila que la de origen de ellas.

Pero al poco tiempo empiezan a exigir sus derechos, y eso es correcto básicamente, nomás que entre esos “derechos” incluyen el de matar bebés nonatos, llamarle “matrimonio igualitario” a las uniones sexuales de personas del mismo género (habiendo tantos posibles nombres bonitos, ¿por qué usurpar el de matrimonio, que alude a una institución ya existente y muy diferente a la suya), drogarse con la sustancia que les pegue la gana, y vivir como si estuvieran solos en una isla. Si sus reclamaciones fueran satisfechas, recorreríamos el mismo camino al infierno por el que caminaron las entidades fallidas de donde vienen esos exigentes.

En fin, los temas del aborto (un homicidio con todas las agravantes) y de las uniones legales de personas del mismo sexo seguirán dando de que hablar, en un debate en el que todos debemos dar nuestra opinión y velar porque se legisle en el mejor sentido de honor, compasión y respeto a la vida.

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