En la recta final de la amenaza
El poder de la pluma
Igual que miles de jefes de familia, el huracán Gilberto fue la primera amenaza para mis seres queridos a la que le hice frente. Con suficientes herramientas por mi afición a los trabajos manuales, cubrí tan bien ventanas y puertas que ni una brizna de aire molestó a mi mujer y mis dos hijos durante el paso del meteoro. Con más confianza, después repetí la operación frente a Isidoro, que si bien no fue llamado un superhuracán como aquél, tuvo lo suyo en cuanto a daños masivos a propiedades públicas y privadas.
Hoy, sobre los 60 años y ya con mis hijos viviendo en sus propias casas, me siento como atado de manos ante una amenaza que, a diferencia de aquellos ciclones, es tan invisible como letal. Ningún huracán se ha acercado siquiera a la cifra de muertos que está dejando en el país el nuevo coronavirus llamado Covid-19.
Estamos frente a un enemigo al que no le podemos lanzar golpes reales, al que no vemos para eludirlo, y contra el cual apenas alcanzamos a tomar algunas medidas preventivas. Estamos prácticamente indefensos, y las únicas acciones que podemos asumir, y a las que tenemos que agarrarnos como a un clavo ardiente, son las de mantener la sana distancia respecto a todas las personas que puedan acercársenos, y recluirnos en nuestros hogares a fin de evitar contagios. Una vida así no parece vida, pero ¿qué otra cosa nos queda por hacer? Quizá rezar, como tantas personas que ahora, en vez de ir a misa los domingos, todas las tardes se instalan frente a su televisor para ver y escuchar la celebración de la Eucaristía en iglesias a puertas cerradas.
Ojalá que la inconsciencia, las conductas inapropiadas, la imprevisión, la necedad y hasta la corrupción, y tantos defectos que afectan a autoridades y ciudadanos, queden claramente expuestos y diferenciados luego del Covid-19, y que entonces nos hagamos todos el más serio y formal propósito de corregir tantos defectos y fallas que durante décadas hemos dejado que nos dominen.
A unas horas o unos días de la entrada generalizada de la fase tres de la contingencia sanitaria, es poco lo que podemos hacer contra el coronavirus, que no hayamos hecho ya. Quienes han seguido las recomendaciones de la mejor manera posible han aportado su granito de arena para que las cifras de infectados y muertos sean las más bajas posible; y quienes a pesar de los repetidos consejos y advertencias no quisieron sumarse al esfuerzo colectivo, retando con temeridad la amenaza, ya no cambiarán en las horas que quedan.
Parecería que estuviéramos en una de esas películas en las que el hombre es víctima de sus propios avances tecnológicos, de experimentos fallidos, incluyendo los de tipo genético, y de su desprecio por el grave deterioro del medio ambiente. Ah, y quizás también de su falta de fe en Dios, de su desprecio por el Creador y de su intolerancia contra quienes sí creen. ¿Cómo piensa usted que acabaremos?