Memorias de un pescador (1)
El poder de la pluma
Digamos que por salud mental esta columna, que casi siempre aborda temas políticos o sociales, la dedicaremos esta vez a hablar de un amigo pescador, que actualmente tiene 76 años y que es de los hombres “antiguos” que se abrieron paso con su tenaz trabajo, su voluntad inquebrantable, su amor a la familia y la constancia en sus responsabilidades.
A lo largo de su vida ha sido fiel a la actividad pesquera y ha visto el auge de diferentes pesquerías y su respectivo agotamiento, por la falta de cultura medioambiental de muchos pescadores y el descuido con que se conducen las autoridades que deberían encargarse de cuidar esas riquezas.
Pero mi amigo Genaro no merece estas líneas solamente por ser pescador. A sus 76 años y ya con muchos hijos y nietos, decidió hacer algo que muy pocos hombres, aunque tengan estudios mayores que él, se decide a realizar: escribir sus memorias, para dejar constancia de lo que fueron otros tiempos muy diferentes a los actuales, en los cuales cada año y por largas temporadas los pescadores tienen que vivir de la asistencia social, o casi de la caridad de los gobiernos, debido al agotamiento de los recursos pesqueros.
Conocí a Genaro hace muchos años, cuando era yo un reportero con mucho más vigor que ahora, al que le interesaba descubrir cosas nuevas, y fue así como me enteré del innovador esfuerzo que se hacía para crear una especie de cooperativa que aprovechara los hermosos y algunos extraordinarios recursos con que cuentan el puerto y el municipio de Dzilam de Bravo.
En una lancha comandada por Genaro y acompañado por otros marinos y mi esposa viajamos a lo largo de la costa hasta llegar al cenote Elepetén, una escondida joya de la naturaleza que mi amigo y un selecto grupo de sus hermanos y paisanos costeños acondicionaron para llevar ahí a los paseantes que captaban en el puerto.
Entre las anécdotas que recuerdo de esos viajes está una en que mi amigo Lolis, que ya se nos adelantó en el camino, nos presumió un señuelo que iba a utilizar en ese momento para trolear y tratar de sacar un pez grande. Decía que el artefacto había venido de Miami o de no sé dónde, y que se suponía que era muy efectivo. Al ver eso, Genaro quiso que yo también tratara de pescar algo arrastrando el cordel y el anzuelo durante el viaje, e improvisó rápidamente, con un pedazo de soga de henequén, un señuelo rústico pero que en menos de cinco minutos ya me había permitido atrapar una picuda grande, mientras que mi amigo no había logrado nada con su artefacto de importación. ¡Cómo nos reímos!
Otra vez vimos en plena actividad, a eso de las 8 de la mañana, a don Antonio Trejo y sus hijos, quienes desde su lancha recogían sus redes con numerosos robalos grandes, que con sus escamas plateadas resplandecían por los rayos del sol. Le pedí a Genaro que diera la vuelta para acercarnos a los Trejo y tomarles muchas fotos con su hermosa pesca (Continuará)