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Para llegar al cenote Elepetén que acondicionaron para el turismo los socios del parador turístico Sayachuleb, y que estaba a unos 200 metros manglar adentro, los dzilameños construyeron, con despliegue de unidad y laboriosidad, un sendero de tablones sostenido por los manglares que ya por sí solo valía la pena el viaje hasta ese sitio cercano al famoso lugar que todos conocen como Las Bocas de Dzilam.

La sociedad turística Sayachuleb tuvo varios años de auge, en los cuales recibió incluso a estrellas de las televisoras mexicanas más grandes, como eran y son Televisa y Tv Azteca. Y mi amigo el pescador vio todas las etapas de la evolución de la pesca, desde cuando ésta se hacía cociendo el pescado a fin de que no se descompusiera y llegara útil al puerto, pasando por el uso de barcos viveros y naves dotadas con cámaras frigoríficas enfriadas con hielo molido. También aprendió, con su inteligencia natural y su don de gentes, a atender turistas, e incluso trabajó un tiempo la ganadería, para llenar los espacios en que los pescadores suelen quedarse sin trabajo, ya sea por el mal tiempo o por el agotamiento de los recursos naturales del mar.

No cabría en este pequeño espacio la narración de las tres excursiones (si mal no recuerdo) que hice con los hombres de la familia Nadal, principales impulsores de Sayachuleb, incluyendo aquella vez en que me invitaron para que yo diera constancia periodística de la destrucción que un ciclón que acarreó vientos muy calientes dejó en las instalaciones turísticas que mis amigos habían construido. Genaro recuerda que cuando vi los gruesos árboles de zapote caídos sobre el sendero de tablones que llevaba al cenote le dije que remover esos grandes árboles que perjudicaban el paso iba a ser una tarea de titanes. Pero esa tarea que parecía imposible se cumplió a plenitud y la agrupación turística renació y volvió a dar servicios.

Sayachuleb no pudo sin embargo sobrevivir a la división de los socios, que pasado un tiempo empezaron a pedir su liquidación para separarse del grupo llevándose un dinero que según les pareció iba resolverles la vida, pero ya sabe usted que el efectivo que no se invierte y se trabaja no dura mucho en la cartera.

Conocí ya parte del libro de Genaro. Al parecer agregará otros hechos y pasajes relevantes de la vida de Dzilam Bravo, puerto al que ahora visito poco por razones que no vale la pena citar, pero al que quiero mucho desde que era un niño de 8 ó 10 años, cuando visitaba a mis tíos y primos y disfrutaba con ellos de lugares que entonces me parecían mágicos.

Es una desgracia que cada vez haya menos hombres como Genaro y más de aquellos que no aprendieron que la palabra vale más que el dinero, y que el honor y el buen nombre de una persona es lo más valioso que tiene. Cuando los pierde, lo pierde todo, y yo agregaría que incluso deja de ser un hombre pleno y libre.

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